El público que estuvo en la sala del Teatro Colón la noche de este lunes 15/07, sin duda podrá atesorar los recuerdos de esas casi tres horas de concierto como un evento especial, de alto nivel artístico y con no poca emotividad, que seguramente se convertirá en uno de los puntos más altos de esta temporada.
Concierto Extraordinario No. 7. Recital de Piano, Daniil Trifonov, con obras de Rameau, Mozart, Rachmaninoff y Beethoven.
Por Pablo A. Lucioni
PH: Arnaldo Colombaroli
Tomando el juego de palabras con la forma en que se denomina el ciclo, este sin duda fue un concierto extraordinario. El gran pianista ruso, sin discusión uno de los más destacados de su generación, ha sabido cosechar ovaciones de los públicos más diversos, recibir cantidad de críticas elogiosas y también manifestaciones de admiración de colegas de enorme prestigio. La expectativa por escucharlo en Buenos Aires era alta, acrecentada porque su debut, que iba a ser en la temporada 2020 del Mozarteum Argentino, tristemente debió cancelarse por la pandemia.
Trifonov llegó a Buenos Aires para culminar una gira sudamericana en la cual presentó un programa variado y extenso, el cual indudablemente tiene en un punto de plena madurez.
Empezó con la Suite en La menor, RCT 5 de Rameau, una obra que no es frecuente escuchar en concierto, pero que se ha vuelto de cabecera en los últimos años para el pianista ruso. Se trata de una exquisita muestra de piezas planteadas originalmente para el clave, en que se alternan danzas con momentos lúdicos y otros de real destreza. Trifonov mostró un perfecto apego al estilo, en un rico recorrido por el carácter de cada una de las partes, rindiendo muchísimo en todos los cruces de manos de Les trois mains y en la progresión de la Gavotte et six doubles final. Una verdadera joya.
La segunda obra fue la Sonata No. 12, K. 332 de Mozart. Nuevamente la claridad de su toque, lo preciso y enfocado de su técnica sin vicios y la vastedad de detalles, se mostraron al completo. Desde lo estilístico, tal vez en este caso como en ningún otro del recital, pudieran aparecer apreciaciones subjetivas de si el Allegro no fue de contrastes más amplios de lo tradicional, o inclusive si el tempo del Adagio no fue particularmente lento.
Aún antes del intervalo, tocó las Variaciones sobre un tema de Corelli, Op.42 de Rachmaninoff. Una versión excelente en intensidad, carácter y despliegue, donde reinó la definición prístina de sus manos en el teclado, dotando a cada variación de identidad, con profunda entrega y sin relegar expresividad.
Ya desde el comienzo, la sala estuvo intervenida por un gran dispositivo audiovisual para filmar el concierto (con tres camarógrafos compartiendo escenario con él). Curiosamente, y a pesar de todo esto, Trifonov lograba que la atención del público nunca se apartara de su arte.
La segunda parte fue toda dedicada a la monumental Sonata No. 29 “Hammerklavier” de Beethoven. Más allá del propio carácter de la obra, exploratorio de las capacidades del piano de martillos (aunque, en realidad, Beethoven subtitulara cuatro sonatas más con la misma aclaración), es una composición extenuante no sólo por sus dificultades técnicas sino porque, además, estas se prolongan por más de cuarenta minutos. El gran pianista ruso campeó con holgura el desafío de enfrentarse a los cambios de dinámica, los saltos extensos, las alternancias de escalas con acordes y las decenas de complejidades que hacen de esta una obra de las más difíciles de abordar de todas las del compositor, y puede que de todo el repertorio. Trifonov es tan preciso y depurado en la forma en que encara la obra, que su expresividad no parece comprometida por las demandas técnicas, y su resiliencia le permite no evidenciar cansancio o decaimiento de la concentración.
Sin pronunciar una palabra en toda la noche, pero diciéndolo todo con la música, no se hizo rogar para hacer un total de cinco bises, incluyendo una exquisita versión de Canción al árbol del olvido de Ginastera. Un generoso concierto que permitió vivenciar a pleno el arte de este madurísimo, y aún joven pianista.
El gran maestro Sergei Babayan, a quien pudimos escuchar el año pasado, con quien se formó y el cual sigue siendo su mentor a largo plazo, definió hace unos años lo que nosotros vivimos este lunes: «Daniil posee una combinación extraordinaria de virtuosismo técnico y una profunda sensibilidad artística. Es un intérprete excepcional que emociona y cautiva a la audiencia con cada nota que toca».