Por Pablo A. Lucioni
Fotografías: Liliana Morsia (Mozarteum Argentino)
Mozarteum Argentino, Teatro Colón, funciones del 25/07/2016 y del 27/07/2016.
Dentro de las visitas anuales que coinciden con el Festival de Música y Reflexión, pero independientemente de lo que organiza el Colón, Daniel Barenboim se presentó nuevamente en un formato camarístico en los ciclos del Mozarteum. Hubo un poco de clasicismo, algo de música contemporánea y una dosis mayor de romanticismo, en dos conciertos no particularmente atractivos. Lo más destacado terminó siendo la presentación el miércoles del gran clarinetista (y compositor) Jörg Widmann.
Pasada cada mitad de año ya se ha vuelto estándar una visita de Daniel Barenboim con la West-Eastern Divan Orchestra y solistas. El melómano que sigue activamente la escena musical de Buenos Aires pasa a estar en condición de hacer muchas comparaciones, no siempre beneficiosas. Una cosa era cuando cada varios años venía con una de las grandes orquestas que ha dirigido (o todavía dirige) en una gira bien preparada con un repertorio fuerte, o aun cuando hizo más concentradamente las sonatas de piano de Beethoven, ya hace tiempo, pero la maratón de actividades (tal vez más apropiadamente llamarlas así que espectáculos) de estos días, a priori cualquiera podría estimar que son excesivas. Y aunque sea a regañadientes, nuestro compatriota con ciudadanía de varios países, debería admitir que también pertenece a ese género, capaz de muchas cosas sí, pero no de todas: el humano.
Intercalado con dos presentaciones del Festival con la WEDO haciendo sinfonías de Mozart, los dos conciertos del Mozarteum tuvieron a Daniel Barenboim frente a su sonoramente no domado piano personal, tocando varias obras que en lo propio y en el conjunto, sonaron entre poco trabajadas y destempladas, especialmente el primero de los conciertos. Igual ambos fueron muy aplaudidos, y es claro que hay una subjetividad particular en torno a la producción del gran Daniel, que hace que público y crítica ponderen de forma bastante tendenciosa algunas de sus actividades musicales. Y pareciera que entre público e intérprete se produce una viciosa realimentación, que ubica el nivel de exigencia en una posición particularmente baja. Nadie niega que él sea un gran músico, pero el público parece aceptar que todo aquello que lleva su firma es garantía de calidad, y simultáneamente él parece estar convencido de lo mismo. El resultado es aquello que pasa con los ídolos populares: la mayoría acude más a tener contacto con el carisma de la persona que a experimentar la calidad objetiva de su producción (esto pasa con cantantes populares, deportistas, figuras mediáticas?). En el ámbito de la música académica (clásica), por el grado de preparación y exigencia de quienes la consumen, esto pasa menos, pero pasa, no hay duda.
Del trío quien más era portador de una verdadera intensidad, de un espíritu musical dispuesto y comunicativo fue el buen cellista austríaco Kian Soltani, quien ya había dado muestras el año pasado de ser un sólido intérprete en el Triple Concierto de Beethoven. Era el único que tenía luminosidad, que estaba con alguna preocupación por el ensamble, inclusive nadie más buscaba comunicación con la mirada, la familia Barenboim estaba absorta en sus partituras.
Michael Barenboim, que como concertino de la WEDO cumple bien, no ha logrado despegar una carrera solista de envergadura todavía. En el trío su actividad fue pálida, en especial el primer concierto del lunes, donde hasta parecía tocar con algo de desgano. Su técnica no es mala, pero a nivel interpretativo comunica poco.
En la primera fecha, Soltani y Barenboim hijo hicieron unos dúos de Jörg Widmann (el clarinetista y compositor que tocó el miércoles), los cuales sin ser grandes obras, fueron atractivos y los tocaron con soltura.
Las presentaciones mostraron un piano profundamente divorciado del espíritu mozartiano para el Trío K.548 con que empezaron. Hay que reconocer que la segunda de las funciones estuvo mejor, con un enfoque y tiempos más adecuados, como el movimiento central marcado Andante Cantabile, que el lunes fue soporífero… El amplio Trío Op.50 de Tchaikovsky, una obra poderosa de intenso romanticismo, las dos veces lo mostró a Barenboim lidiando con las dificultades técnicas de la partitura. Todo aquello que se supone que debía entenderse como vehemente eran incisivos golpes al piano, que además en este instrumento propio de sonoridad tan particular, son bastante secos y destemplados. Las cadencias y escalas rápidas lo mostraron exigido más de una vez, con caídas inexactas, un uso excesivo del pedal para enmascararlas, y en general una falta de sutileza y sensibilidad expresiva importantes. Como decíamos antes, igual al público pareció gustarle. Pero es interesante ver, por ejemplo, las masterclasses que el mismo Barenboim tiene grabadas, que fácilmente se pueden encontrar en YouTube, y donde él es terriblemente exigente con jóvenes pianistas en cuestiones técnicas y estilísticas. ¿Por qué relaja tanto sus propios estándares en lo que a él mismo respecta? ¿Porque ya es Barenboim y no tiene que demostrar nada, ni siquiera que una obra compleja y exigida como esta debe ser prepara a conciencia y con detalle?…
El miércoles hubo una sección en que la presencia de Jörg Widmann como intérprete le dio una cuota de brillo y excelencia musical a los conciertos. Widmann es un clarinetista extraordinario, con una técnica elaboradísima, una musicalidad perfecta, un manejo del aire y del labio con la boquilla que son excepcionales. Hicieron las Cuatro piezas para clarinete y piano de Alban Berg junto a Barenboim, luego una extraordinaria Fantasía para clarinete solo del propio Widmann, que fue un prodigio de despliegue de técnica clarinetística, muy variada en explorar los recursos y timbres del instrumento, y de exponer lo que este aerófono puede hacer en manos y labios de un virtuoso. Todo fue rematado por una impecable versión de las Tres piezas de fantasía para clarinete de Schumann.
En definitiva, se trató de dos conciertos que, salvo cosas particulares, estuvieron por debajo de un primer nivel internacional. Sí, estaba Barenboim al piano, y eso vende entradas y genera expectativa, pero no sería ni desmedido ni injusto esperar más de él, aunque sea un prócer.
© Pablo A. Lucioni