Y en el principio fue la habanera. No es ésta una máxima o un precepto evangélico sino una aserción que viene a cuento dado que el celebérrimo género musical cubano, nacido hacia 1800, no sólo que tuvo una venturosa vida propia sino que de él hubo una descendencia fecunda.
Por Pablo Kohan
Antes de 1850, la habanera había cruzado el Atlántico y, como gran novedad, se afincó, sobre todo, en el sur español donde, misterios que aún no tienen respuestas unívocas, adquirió otro apelativo y devino en tango andaluz o tanguillo. Como canción independiente o dentro de zarzuelas este tango se extendió. Isaac Albéniz, en 1890, escribió España, una suite en seis movimientos, el segundo de los cuales es “Tango”. En sus dos primeros compases el compositor presenta, exactamente, lo que es el patrón rítmico y el diseño melódico y armónico de la habanera. Lo que viene a continuación es una danza bellísima, sensual, delicada y muy románticamente llevada adelante por Albéniz, con toda su poesía y su encanto. Y cabría preguntarse: el tango rioplatense, ¿dónde está?
En el último cuarto del siglo XIX, la habanera, navegando hacia el sur por la costa Atlántica llegó hasta Brasil y al Río de la Plata. Con fusiones e hibridaciones varias, en Brasil, la habanera transmutó y devino en el maxixe, una danza popular que también tuvo su contraparte “artística” como danza de salón. En este ámbito, el maxixe fue también denominado tango. Sin prácticamente ninguna conexión musical con sus homónimos porteños o montevideanos, nacidos en aquel mismo tiempo, el tango brasileiro o tanguinho desapareció de las fiestas populares y los carnavales pero quedó vivo en los pentagramas de Ernesto Nazareth, un compositor que lo eternizó. Entre sus muchos tangos para piano, uno de los más célebres es Odeon, una pieza rápida y punzante, acá interpretada con mucho swing y con todos los sabores por Hercules Gomes. Vuelve la misma pregunta: el tango rioplatense, ¿dónde está?
Los mestizajes fueron diferentes en el Río de la Plata y la habanera, aquella danza madre sobre la cual se dieron tantas hibridaciones culturales, sufrió otras transformaciones y, antes de 1900, en las dos orillas del Río de la Plata, apareció el tango, una muy peculiar danza de pareja enlazada y una música absolutamente original. Pero su nacimiento espurio lo condenó a un desprecio por parte de las clases acomodadas y, por consiguiente, de los compositores que podrían haberlo tomado para recrearlo e introducirlo en los salones o, peor aún, en las salas de conciertos. Ni El choclo, de Ángel Villoldo, ni La morocha, de Enrique Saborido, eran dignos de merecer alguna atención. Uno de los poquísimos compositores que se arriesgó a componer tangos fue Ernesto Drangosch. Estela Telerman interpreta El perseguido, una pieza de 1920 en la que el compositor se ajusta a las armonías y a las pautas formales del tango popular de la Guardia Vieja.
El tango argentino migró hacia Europa antes de la Primera Guerra Mundial y, con otros pasos, otras músicas, otros idiomas y otros condimentos, se asentó firmemente en distintas regiones europeas. Basta ver una filmación de Rodolfo Valentino bailando un tango y compararlo con algún registro de El Cachafaz para entender que aquel tango europeo poco tenía que ver con el tango porteño. Pero hubo otra diferencia. Así como hicieron con el jazz, después de la Gran Guerra, fueron muchos los compositores europeos que le prestaron atención al tango y, con sus propias improntas, lo fueron llevando a las salas de conciertos.
En 1923, Erwin Schulhoff compuso Cinco piezas para cuarteto de cuerdas, cada una de ellas, una danza. La cuarta está indicada como “Alla tango milonga (andante)” y es una típica obra de este compositor checo que, exprofeso, buscaba incluir músicas populares contemporáneas dentro de su creación. Por sobre el pie rítmico de la milonga (también devenido de la habanera) muy diluido, la pieza es muy etérea, sutil, disonante y muy expresiva. No fue éste su único tango. Dentro de sus Seis bocetos de jazz para piano, de 1927, el tercero de ellos se llama “Tango”. Para Schulhoff, el jazz y el tango venían juntos. El Cypress Quartet toca “Alla tango milonga”.
Con el ascenso del nazismo al poder, Kurt Weill abandonó Alemania y, temporalmente, se radicó en París. En 1934, para Marie galante, una obra de teatro de Jacques Deval, Weill escribió Youkali, un “Tango habanera instrumental” al cual, al año siguiente, Roger Fernay le agregó un texto. Como canción independiente y cantada por Lotte Lenya, la esposa de Weill, Youkali adquirió una inmensa popularidad. Si en nuestro país el tango había dejado atrás el patrón de la habanera, en París, el tango seguía siendo el hijo/nieto de la habanera. Youkali es una bellísima canción estrófica que habla de un lugar ideal donde habita la felicidad, una pequeña isla que no es sino “la región de los bellos amores compartidos”. Canta la gran soprano Barbara Hannigan y, junto a ella, toca el piano Alexandre Tharaud.
También huyendo del horror de Hitler, Stravinsky llegó a Estados Unidos. Ya con la Segunda Guerra Mundial desatada, Stravinsky, sin ingresos, escribió un tango para piano con el confeso propósito de ganar dinero. Si en la Historia del soldado, de 1917, ya había incluido un tango, en 1940, recién llegado a Hollywood, compuso uno absolutamente diferente y, definitivamente, inspirado en el tango porteño. En cuatro tiempos rigurosos, en re menor, bien tanguero, enérgico, con disonancias bien controladas y con toques bien stravinskyanos, éste es uno de los tangos más porteños escritos por un compositor que vivía lejos de Buenos Aires. La pianista es la israelí Einav Iarden.
Y ahora sí, un compositor argentino, Juan José Castro, integrante del Grupo Renovación que, por decirlo de un modo excesivamente sencillo, adhería y promovía el ingreso al país del ideario del neoclasicismo. En 1941, una verdadera novedad, Juan José Castro decidió que el nacionalismo argentino, que había sido siempre esencialmente criollista, podía ampliar sus horizontes y compuso Tangos para piano. Si bien ya había habido algunos escarceos de pocos compositores con el género, Castro conocía íntimamente al tango ya que lo había consumido y practicado a lo largo de toda su vida. Los títulos y los contenidos de cada uno de los cinco tangos que integran esta suite tienen, además, auténticos vínculos con el mundo y la poética del tango: “Evocación”, “Llorón”, “Compadrón”, “Milonguero” y “Nostálgico”. En una versión hogareña, los interpreta la pianista y docente argentina María Laura del Pozzo.
En el siglo XXI, el tango sigue siendo sujeto de pensamiento para los compositores académicos. Uno de los pianistas más extraordinarios de las últimas décadas, Yevgeny Kissin, llegó a Berlín, en enero de 2019, para interpretar el Concierto para piano y orquesta Nº1 de Liszt, junto a la celebérrima orquesta de la ciudad, en aquella ocasión, dirigida por el inolvidable Mariss Jansons. Tras los aplausos, fuera de programa, Kissin se sentó frente al teclado y decidió presentarse en su desconocidísima calidad de compositor interpretando su propio Tango dodecafónico. Apenas atonal y moderadamente disonante más que estrictamente dodecafónico, el tango de Kissin está escrito en un riguroso 4/4 con el muy europeo acento en la última corchea de cada compás. Pujante, vital, atractivo y mucho más cerca de Stravinsky que de Aníbal Troilo o de Horacio Salgán, así suena el tango del brillante pero muy poco canyengue Yevgeny Kissin.
Este artículo sobre el tango y la música clásica no debería finalizar sin algún ejemplo del gran Ástor Piazzolla, hoy por hoy, el compositor argentino más difundido, admirado e interpretado en todo el planeta. Sin embargo, Piazzolla merecidísimamente debería tener una columna completa para analizar y degustar sus tangos escritos expresamente para las salas de conciertos. Y en alguna ocasión así será.
Este texto se encuentra presente en la edición Nro. 50 de MusicaClasicaBA 3.0