Cuando una orquesta te deja sin palabras, es porque la música lo dijo todo

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Ph. Enrico Fantoni.
 

La Orquesta Teatro Regio Torino (Italia) se presentó en el escenario del Teatro Coliseo, como parte de los ciclos anuales de Nuova Harmonia.

 

El pasado martes 06 de junio era una de esas noches que se esperan con ansiedad. La Orquesta Teatro Regio Torino (Italia) pisaba el siempre maravilloso y, ahora renovado, escenario del Teatro Coliseo, como parte de los ciclos anuales de Nuova Harmonia.

A la Orquesta Teatro Regio Torino no le hacen justicia los videos de YouTube, ni las palabras de un programa, ni siquiera la expectativa con la que uno se sienta en esas sillas bordó. A esta orquesta hay que escucharla sólo un segundo para sentirla por completo.

Bajo la dirección de un grandioso Sergey Galaktionov, las filas brillantemente amalgamadas (tómense todos los adjetivos literales) se hacen una, como un bloque sutil y apasionado que más que balancearse con total internalización de matices y expresión, son una masa sonora perfecta, probablemente producto de que su conducción tiene como líder a un excelso violinista, que no da la sensación de dirigir una orquesta, sino de tocarla e interpretarla, entendiéndola y compenetrándola/se como entiende y se compenetra con su violín.

El repertorio parecía arriesgado para una orquesta que podría considerarse a simple lectura como "tradicional" por el formato propuesto (una orquesta de un histórico teatro italiano, interpreta repertorio con alguna impronta italiana) pero que, en términos artísticos, podríamos considerar como "perfectamente curado", y que sólo podía ser lo inolvidable que fue, gracias a esa orquesta y a ese director.

El nivel de perfección con el que fue interpretada la “Recomposición” de las 4 estaciones de Antonio Vivaldi (compuesta originalmente en 1723), hecha por Max Richter (obra publicada por Deutsche Grammophon en 2012), raya en lo celestial, y lo digo sin temor a exagerar, entendiendo que, sólo la perfecta interpretación salvaría a esta obra de la banalización de su reconcepción en términos compositivos. En los 289 años que dividen el Máster Piece original del barroco y a este derroche de contemporaneidad minimalista, se conjugan un sonido electrónico (insisto en los términos compositivos) con una dinámica que te ahoga en un loop interminable, simple, y que amén a esta inolvidable orquesta, se convierte en una obra apasionada, delicada y avasallante, replanteando -además- la (pre) concepción del sonido electrónico y las propuestas armónicas, tan amigables en este siglo e inusuales en las composiciones de nuestros ídolos musicales de los siglos XVII y XVIII.

Este regalo de Max, es un atrevimiento pretencioso que se aleja de la complejidad de las tendencias de la composición contemporánea, para apoderarse sin recato, de una de las obras más emblemáticas que representan a la época barroca y a la “música clásica” en nuestra cultura actual. Richter se propuso danzar en lo que yo llamaría un sueño de “Variaciones sobre un tema de Vivaldi”, y lo logró.

Me hubiese encantado escuchar las opiniones de la audiencia octogenaria, que, muy probablemente, no está del todo familiarizada con el "sonido" o la obvia estructura propuesta por Richter.

La segunda parte del concierto tenía por protagonista a Piotr Ilich Tchaikovsky, y si podían hacer de Richter tal acto majestuoso… ¿Qué esperar de la interpretación del más apasionado y expresivo de los románticos? No todas las orquestas salen airosas de esta misión, pero esta merece ampliamente (yo diría que necesita) evocar a este compositor.

De las contadas obras que Tchaikovsky compuso para orquesta de cámara, la elegida en este repertorio fue compuesta en honor a la ciudad de Florencia “Souvenir de Florence”, en una estadía en la propiedad de su mecenas y amiga, Nadehzda Von Meck.

Se trataron de cuatro movimientos impecables y apasionados. El director y su orquesta me hacen pensar en unos guantes que cubren unas manos en un muy frío invierno, no son el uno sin el otro, se necesitan, se complementan y se hacen bien.

Esta Orquesta no cuenta compases y figuras, la orquesta siente y toca profundamente. Sumado a esto, el violín solista y los principales de fila proyectan ese color en su sonido y despliegan un brillo incesante de sus instrumentos, que datan de los años 1600 y 1700, y ¿Cómo no sentir todo eso?. Los aplausos no se hicieron esperar, de hecho, algunos saltaron de emoción entre el 1er y 2do movimiento de esta obra.

Un Galaktionov que conversó humilde y tranquilo al finalizar la presentación inmejorable de este repertorio, deslumbró con dos bises, siendo los afortunados compositores seleccionados Shostakovich y a pedido del público y por sugerencia del director, evidentemente Piazzolla, sellando con broche de oro, una interpretación tan apasionada como se esperaría en la casa del Maestro.

Finaliza el concierto, las personas salen desesperadas a cazar taxis. Para mi la rutina es quedar en silencio esperando digerir lo que escuché esa noche, para hacer el intento de traducir todo lo sentido en unos cuantos párrafos, recordando que, cuando una orquesta te deja sin palabras, es porque la música lo dijo todo. Cualquier melómano sabe que no hay nada más allá de eso.

 

Por Nahomi Martínez

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