Lo que el Teatro Colón había planificado como parte del Año Shakespeare terminó siendo una inspirada y sólida versión musical con una cuestionada puesta en escena.
Macbeth puede ser una ópera ingrata. Para el conocedor del drama shakespeareano de origen, dista de tener la intensidad y el vuelo de la poética del gran dramaturgo inglés, y por otro lado, quienes son cautivados por la vena musical del compositor símbolo del melodrama, con justa razón encuentran aquí un Verdi con varias buenas intenciones, pero en una obra que nunca lo terminó de conformar, y que tiene mucha menos fuerza e integridad que sus trabajos más trascendentes.
Aquí el protagonista no es el tenor, y si bien el barítono Fabián Veloz fue un excelente Macbeth, el más destacado de la jornada fue el régisseur Marcelo Lombardero. Decididamente, como en general parece ser su intención, su puesta fue polémica. A una labor vocal e instrumental que fue redonda y bien recibida por el público del Gran Abono, le correspondió un rechazo efusivo a la dirección escénica. Hubo silbidos y abucheos como pocas veces se haya visto recientemente en el Teatro. Esto como tal no diría mucho, y aún en el mismo Colón, Lombardero ya ha recibido reprobaciones anteriormente, aunque tendían a ser más aisladas, de espectadores y críticos conservadores.
Este Macbeth tuvo en buena medida una estética fascistoide en decorados y uniformes, de hecho la traída del cuerpo muerto de Lady Macbeth al final, a cualquier persona informada inevitablemente la remitirá a la exhibición en Milán del cuerpo de Clara Petacci junto a Mussolini (que también murió por una descarga de ametralladora como aquí hizo Macduff). Pero al mismo tiempo, y entre referencias visuales regulares a paisajes urbanos devastados por una guerra, la Escena Segunda del Acto II, que en el libreto ocurre en un parque desde el que se ve el castillo de Macbeth, aquí es una gran estación terminal, con mujeres en minifalda, un clima relajado, carteles electrónicos, un tren contemporáneo que llega y decenas de referencias que no pueden reconciliarse ni con la mejor buena voluntad con lo que se estuvo sugiriendo antes, y lo que se va a sugerir después. ¿Entonces para qué? ¿Hay guerra o se vive distendidamente? Cuando en el Acto I Macduff va a despertar al rey, en el momento en que sale horrorizado y la masa acude a escena para escuchar la noticia del regicidio, más de la mitad del coro femenino son enfermeras. Más allá de lo injustificado de esto, curiosamente, y a pesar de la sobreabundancia, ni una sola va hacia adentro de la alcoba para cumplir alguna función asistencial, y más tarde, cuatro soldados que no están recibiendo órdenes de nadie, traen a escena el cuerpo sin vida del rey para depositarlo centralmente en el piso. ¡Al rey! En el piso…
No tiene sentido entrar en la discusión de si el cambio de época es válido o no. Seguro no hay referencias a Escocia, seguro las menciones literales de espadas, calderos, ritos o brujas pueden reinterpretarse, y no hay por qué tomarlas como tales, pero curiosamente hay cosas que no son parte de la escena, como las visiones de Macbeth, que la puesta se ocupa con una rigurosidad e insistencia asombrosas en representar hasta el hartazgo. Pareciera que el mundo real enunciado en el texto no tiene por qué ser respetado, pero el mundo interno, aquel que viviría sólo en la imaginación, nos tiene que ser siempre mostrado con las proyecciones, relativizando el carácter alucinatorio que tienen para el personaje. Esto es tan así, que para permitir que se vean las “apariciones” de Banquo en la escena del banquete, la mayor parte del tiempo, los invitados, que serían la conciencia pública de la cual tiene que esconder sus delitos Macbeth, están en plena oscuridad.
Por supuesto que quien haya visto la puesta de la ópera de Shostakovich que también dirigió Lombardero, encontrará en el Acto IV una auto-referencia a la escena de Siberia. Perfecto, pero cuando Macduff canta su aria, él dice literalmente que no pudo salvar a sus hijos y esposa porque huía y estaba oculto, aunque en el estado preso en que se lo ve, no hay ninguna decisión de huida de la cual arrepentirse. En la obra original esto lo canta al volver a su casa y ver que su familia fue masacrada. Lo extraño es cómo este aparente campo de prisioneros con alambrado frontal y torres de vigilancia, es tomado sin ningún conflicto por el ejército que comanda Malcolm, ningún guardia lo resiste, y con una naturalidad asombrosa todos adhieren.
La escena final lo muestra a Macduff, como gran colaborador idealista, que después de “haber depuesto al tirano”, genera un desarme insinuando que las armas ya no serían necesarias, sólo para ver cómo Malcolm vuelve a ocupar el rol del gobernante abusador, teóricamente perpetuando un ciclo.
Tal vez no haya sido uno de los trabajos más inspirados de Lombardero, pero así y todo pareció excesiva la reacción tan contraria del público, pues se han visto puestas mucho más inconsistentes que no tuvieron ningún cuestionamiento.
En contraste, el apartado musical presentó un trabajo balanceado, compacto y efectivo. La Orquesta Estable ha tenido una temporada bastante irregular, que empezó con varios títulos que la mostraron en un nivel particularmente desmotivado, y que sólo recientemente había empezado a revertirse. Habría que asignarle a la preparación de Stefano Ranzani buena parte del mérito de que en Macbeth haya estado tan clara, precisa y específica en la sección de bronces, capaz de cantar y frasear con las cuerdas, con solos de vientos seguros y concretos, y un espíritu general de mucho servicio a lo vocal. La preparación del director italiano logró siempre mantener el interés, y realzar el espíritu de la música sin caprichos, demostrando siempre una atención por el armado de las escenas de canto, que permitió espléndidos momentos de masas corales, y que nunca le jugó en contra al espíritu narrativo de la obra, sino todo lo contrario.
Fabián Veloz es desde hace unos años un barítono excelente, seguro, muy expresivo en lo vocal, creíble en escena, y que puede jugar de igual a igual con los más altos referentes mundiales de su cuerda para este repertorio. Su Macbeth fue impecable, caudaloso, rotundo, técnicamente un ejemplo de canto verdiano. Junto a él, la Lady de la italiana Chiara Taigi estuvo bien en general, llevaba naturalmente el personaje en escena, resolvió de manera bastante eficaz las complejidades de canto de la parte, tuvo un interesante decir en el “Nel di della vittoria…”, pero en su escena de locura no resultó convincente. El Macduff de Gustavo López Manzitti fue intenso e íntegro, y se llevó una calurosa recompensa del público tras un vibrante “O fligli o figli miei…”. Aleksander Teliga, que tiene una emisión algo atípica para bajo, también estuvo bien, y el resto del elenco mantuvo un estándar de buen nivel, destacándose la presencia de Gastón Olivera Weckesser, Rocío Giordano e Iván García.
En definitiva fue un Macbeth atractivo y muy logrado en lo musical. La puesta en escena por supuesto que tiene cosas cuestionables, pero tal vez parezca demasiado intenso el rechazo con el que fue recibida. Como más de una vez ocurre, no necesariamente se repita la misma reacción en las siguientes funciones…
© Pablo A. Lucioni