CONJUNTOS DE CUERDA DEL HEMISFERIO NORTE Y LA FILARMÓNICA DE MENDOZA

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Hubo dos interesantes visitas en la Ballena Azul, en ambos casos conjuntos de cuerdas: una de Toronto, Canadá; y la otra, el Ensamble de Cuerdas derivado de la Orquesta Juvenil de la Unión Europea. Y el Colón recibió a una de las valiosas orquestas de Cuyo: la Filarmónica de Mendoza.

 

SINFONIA TORONTO

            Tuve el placer de ver a la Orquesta Sinfónica de Toronto dirigida por Peter Oundjian cuando hice escala allí en un viaje a China hace unos ocho años, y aparte del placer de conocer a una ciudad admirable y escaparme a hacer la excursión obligada a las cataratas del Niagara, comprobé que la calidad evidenciada en notables grabaciones (p.ej., la Sinfonía Turangalîla de Messiaen dirigida por Seiji Ozawa) se mantenía escuchándolos en vivo. Y sería una visita muy deseable a Buenos Aires. Pero no conocía ni siquiera en discos a la Sinfonia Toronto, que no tiene nada que ver con la Sinfónica. Es un conjunto de cuerdas más bien chico, de trece integrantes, fundado en 1988 por Nurhan Arman, nacido de padres armenios en Estambul; fue violinista antes de ser director, y se mantiene, ya veterano, al frente del conjunto. Si bien la mayoría son de Toronto, tiene su lado cosmopolita: la concertino Xiaohan Guo es china, el violinista Alex Toskov nació en Serbia, el violinista Adam Diderrich viene de Milwaukee (Estados Unidos) y el solista de violoncelo Andras Weber es húngaro. Salvo los violoncelistas y el contrabajista, todos tocan de pie, como nuestra Camerata Bariloche, con la cuota extra de energía que ello demanda. Han grabado para Marquis Classics EMI y Cambria, y para Analekta en I-Tunes.

            El programa de mano por una vez incluyó escuetos comentarios sobre algunas obras. Varias se escucharon en primera audición (las que siguen). Chan Ka Nin (n. 1949) escribió una simpática y tonal “Fanfare for Canada”; aunque fanfarria indica bronces por definición, sonó bien en cuerdas y no es una transcripción; y el autor aunque parezca oriental es canadiense (hubo mucha inmigración china desde hace  un siglo). Según el comentario, Marjan Mozetich “es uno de los nuevos compositores más difundidos de Canadá”; “Dance to Earth” se estrenó en 1999  y está construida sobre un ritmo jazzístico   y una progresión armónica repetida; me resultó, bueno, repetitiva. Y la Brasiliana Nº 1 de Dmitri Levkovich está basada en música de Jobim y es serena y  melódica.

            Dos obras bien conocidas tuvieron versiones de categoría: el Divertimento K. 138 de Mozart y la Serenata para cuerdas de Dvorák. Aquí se pudo apreciar no sólo la alta calidad técnica de los instrumentistas sino la unidad de fraseo que el director ha logrado y su musicalidad. Si bien la gestualidad de Arman es limitada, el trabajo conjunto de años ha logrado una fácil comunicación.

            Pero falta mencionar un factor que elevó el interés del concierto, agregando una valiosa variedad de textura: la intervención del excelente clarinetista Julian Milkis, el único alumno de Benny Goodman, y como éste, cómodo en el jazz y en lo académico. Tiene una gran trayectoria en ambos campos, y a una edad considerable conserva intacto su evidente talento. Han escrito conciertos para él Weinberg, Moravetz y Tishchenko, y grabó para Lontano (de Warner Classics), Suoni e Colori (curiosamente, sello francés), CEAUX (Sony en Rusia), Melodiya y Russian Season. Tocó un  arreglo para clarinete y cuerdas de Arman (muy bien logrado) del fresco y muy difícil Quinteto para clarinete y cuarteto de cuerdas de Carl Maria Von Weber. Teniendo en cuenta además que Weber escribió dos conciertos y un concertino para el instrumento, no hay duda de que el gran romántico fue de los creadores más importantes para el instrumento, aprovechando al máximo las posibilidades de un instrumento que recién después de 1780 fue perfeccionado (y por ello atrajo a Mozart muy especialmente). Así, lo lleva desde notas muy agudas a muy graves y a brillantes pasajes de semicorcheas en vivacissimo, pero también a cantar amplias melodías en registro central. El Quinteto tiene todo esto, y Milkis lo tocó con soberano dominio y audacia  en los pasajes más extremos, y fue muy bien acompañado. El artista intervino en la Brasiliana Nº 1 de Levkovich y cerró el programa con la deliciosa “Promenade” de Gershwin, acercándose así a su otro mundo, el jazz.

            Dos piezas extras: sólo las cuerdas en Piazzolla (creo que “Oblivion” en un arreglo complejo) y con Miklis  en una versión muy florida de ese clásico de Sinatra,”New York, New York”, que me costó reconocer.

 


 

ENSAMBLE DE CUERDAS DE LA ORQUESTA JUVENIL DE LA UNIÓN EUROPEA

            Sería muy bueno que alguna vez viniera la Orquesta Juvenil de la Unión Europea, que es justamente famosa y trabajó mucho con directores como Abbado, Barenboim, Bernstein y Karajan, entre otros. Como dice el miserable programa (exactamente una página de información), “fundada por Joy y Lionel Bryer en 1976, reúne a los músicos jóvenes más talentosos de todos los Estados miembros de la Unión Europea”.  Pero entretanto pudimos apreciar  al Ensamble de cuerdas de esa orquesta. “celebrando el Día de Europa en la Argentina”. Por eso hablaron muy escuetamente el anfitrión, Hernán Lombardi, y luego, en un breve pero bien enfocado discurso, la Embajadora de la Unión Europea.         

            La directora y concertino del ensamble es Sarah Sew; se integra con 12 violines, 4 violas, 3 violoncelos y dos contrabajos, un total de 21, más como invitado Sebastián Strauchler en tiorba. El programa duró sólo una hora sin intervalo y fue armado de una curiosa manera, dividido en 4 partes con títulos. En las obras barrocas intervino la tiorba reemplazando al habitual clave, quizá por practicidad (no transportar un clave), ejecutando el bajo continuo junto con violoncelo y contrabajo.

            Previo al concierto se ejecutaron arreglos de las versiones breves de nuestro Himno Nacional y del Himno de la Unión Europea, que no es otro que la melodía de la “Oda a la Alegría” incluida en el final de la Novena de Beethoven.

            La Primera Parte, “Ceremonia”, sólo tuvo una pieza: la famosa “Entrada de la Reina de Saba” del oratorio “Solomon” (“Salomón”) de Haendel, ateniéndose a la instrumentación original (el programa la llamó “La llegada de la Reina de Saba” y no aclaró de qué oratorio). Fue un buen comienzo, aunque menos brillante de lo que yo esperaba. 

            Confieso haberme aburrido con la Segunda Parte, Remembranza, con dos obras lentas minimalistas bálticas y depresivas: Número 3, de “3 piezas en el viejo estilo” (que no me resultó aparente) de Henryk Gorécki (polaco), y “Cantus in memoriam Benjamin Britten” (1977) de  Arvo Pärt (estonio), donde unos toques de campana de orquesta dieron su toque mortuorio.

            En cambio, con la Tercera Parte, “Espíritu, Danza”, se entró en lo más positivo de la noche, mediante versiones de extraordinarios ajuste, energía y matices  de obras Barrocas y del Siglo XX, donde la concertino demostró ser no sólo una líder consumada sinon también una solista de total dominio técnico y gran expresividad. El resultado entusiasmó al público. El programa nada decía sobre Sarah Sew, pero Google vino al rescate, y develó que en apenas una década  de actividad ha hecho una carrera meteórica con las mejores orquestas; es además muy ecléctica: vital e inteligente en su ejecución Barroca, intensamente moderna en el siglo XX, adaptable a la música de cine (“Harry Potter”) o de serie televisiva (“Downton Abbey”). Y todo el conjunto  resultó de muy alto nivel. Y así desfilaron dos de las espléndidas danzas griegas de Nikos Skalkottas (que décadas atrás solía hacer la Camerata Bariloche), para mi gusto el mejor compositor griego con excepción del vanguardista y muy interesante Xenakis. Luego, una fascinante ejecución de la gran Chaconne de la ópera “Dardanus” de Rameau, una obra de trascendental calidad, donde se advirtió la clara comprensión del espíritu francés de los intérpretes (de paso, la ópera entera es de las mejores de Rameau, el más gran operista de su época). Enseguida, una de las  mejores versiones de esa danza con variaciones que se puso de moda, “La Folía” (de origen español), del notable Francesco Geminiani (hay un DVD dedicado sólo a diversos enfoques de compositores barrocos al respecto). Y luego algo que aquí fue muy popularizado por la Camerata Bariloche: el arreglo de Székely de las asombrosas “Danzas rumanas” de Bartók, donde Sew volvió a demostrar su muy personal pero siempre bello fraseo.

            La Cuarta parte, “Celebración”, realmente lo fue: una de las mejores versiones del hit barroco por excelencia, “El verano” de “Las cuatro estaciones” de Vivaldi, donde no sólo el virtuosismo de Sew sino también la vitalidad vertiginosa y descriptiva de todos los ejecutantes dio cabal cuenta de la fértil imaginación vivaldiana. Y una interpretación perceptiva de un Piazzolla muy trabajado, su “Libertango”.  Y la pieza extra fue nada menos que “La Cumparsita” de Matos Rodríguez, en una versión de profundo estilo tanguero sorprendente por provenir de europeos,  dando la razón a aquellos que insisten que los tangos rioplatenses son una vertiente muy característica y valiosa de un género nacido en Europa.  En suma, un concierto de gran categoría fruto del trabajo intenso y sensitivo de talentos indudables.

            Lástima que la calidad de gestión en el CC exCorreo siga siendo tan mediocre: no funcionaban los baños de uno de los lados y lo mismo pasó con los ascensores, y la chica que corta las entradas no había recibido una lista de invitados (me incluyo como periodista) ni sabía dónde estaba el responsable de sala; al final se arregló pero pasé un rato incómodo.

 


 

ORQUESTA FILARMÓNICA DE MENDOZA

            La Orquesta Filarmónica de Mendoza fue fundada en 1992; además de conciertos sinfónicos colabora con el Coro Universitario de Mendoza y participa del Festival Internacional Música Clásica por los Caminos del Vino. Sus directores titulares han sido de muy buen nivel: Jorge Fontenla, Luis Gorelik, Nicolás Rauss, Ligia Amadio y actualmente Gustavo Fontana desde 2015. Este último fue titular de la Sinfónica de Bahía Blanca y de las Bandas Sinfónicas de Córdoba y Buenos Aires. Estudió dirección con Milan Nachev (Bulgaria) y Charles Dutoit (Suiza) y también fue trompetista; dirigió en varios países sudamericanos, en Taiwan, Hong Kong, España  y  Bulgaria. El año pasado la Filarmónica de Mendoza se presentó en el CC exCorreo, pero ésta es la primera vez que tocó en el Colón; fue en un domingo a las 11 horas. Conviene agregar que también tiene larga trayectoria la Orquesta Sinfónica de la Universidad Nacional de Cuyo, ahora dirigida por Rodolfo Saglimbeni y que presenta una amplia programación este año. Sería interesante que también ella nos visitara.

            Aparentemente hay una restricción impuesta por el Teatro: que la música no pase de una hora de duración. Así, pese a que el folleto anual anunciaba el Concierto de Sibelius, hubo que conformarse con una partitura de diez minutos, aunque infernalmente difícil: “Tzigane” de Ravel. Pero la ejecutó el violinista argentino de técnica más perfeccionada: Xavier Inchausti. Ya en los tres minutos de introducción sin orquesta demostró que podía saltar todas las vallas de esta insólita rapsodia, y luego de la gradual adición de la orquesta, no sólo él sino los instrumentistas tuvieron ardua tarea, puesto que como siempre en Ravel, su orquestación es extraordinaria pero virtuosística. La Filarmónica no es muy grande (un orgánico de 70) pero alcanza para ejecutar esta obra; hubo un arpa agregada (no figura en el listado). Fontana llevó a la orquesta por senderos adecuados, y la riesgosa obra llegó a su fin felizmente, volviendo a demostrar la categoría de Inchausti.

            La obra de fondo fue una de las dos mejores sinfonías de Shostakovich: la Quinta (la otra es la Décima). Fue un éxito rotundo y sacó al compositor del ostracismo en peligro de muerte en el que había caído ante el violento disgusto de Stalin por la ópera “Lady Macbeth del Distrito de Mtsensk”; tanto es así que la muy innovadora Cuarta sinfonía fue dejada de lado por su creador y sólo se estrenó después de la muerte del dictador. Data de 1937, antes de la guerra; pese a que tanto el dramático primer movimiento como el triste tercero tenían poco que ver con la política oficial de música fácil, no ”formalista” (ridículo epíteto cuando se habla de sinfonías que no existen sin forma), el tremendo final fue considerado simbólico de la victoria del comunismo (el scherzo  por su parte es típico del sardónico humor del compositor). Y entendámonos: Shostakovich creía en el comunismo, pero el de Lenin con su apertura estética, cuando se podían escribir obras de propaganda pero también las que no lo eran, con tal de no atacar al partido. Tanto en Rusia como en Estados Unidos se tocaron en tempo rápido los últimos minutos;  décadas después el gran amigo de Shostakovich, Mstislav Rostropovich, logró imponer un tempo lento que cambia profundamente el carácter: ya no es un final gozoso sino heroico y tenso (y así lo escuchamos cuando vino con la National Symphony de Washington). 

            Y bien, tanto Fontana como la orquesta demostraron que la música sinfónica mendocina está en buenas manos. Más allá de algún pequeño desliz, la ejecución fue limpia y respondió de modo concentrado a las claras ideas del director, que se atuvo escrupulosamente a la partitura con su estilo ortodoxo de dirigir y fraseó con adecuado carácter. Hay más drama del que transmitió y más espíritu burlón también, pero fue una versión satisfactoria y eso no es poca cosa en esta sinfonía poderosa de merecida fama, que tuvo gran repercusión tanto en Estados Unidos como en Europa, más allá de toda política. En los minutos finales se mantuvo a equitativa distancia del rápido Bernstein y el lento Rostropovich. Ciertos ejecutantes se destacaron, como la flautista Beatriz Plana, muy refinada.  Un  pequeño detalle: ¿habrán agregado algún percusionista, ya que sólo dos figuran y sin separar al timbalista, como generalmente se hace? No está de más señalar que incluso antes del vinilo hubo admirables versiones americanas de sinfonías como la Primera (Rodzinski), Quinta (Rodzinski) y Sexta (Reiner), que Toscanini dirigió la Séptima (“Leningrado”) apoyando a sus habitantes sitiados por los nazis, y que incluso en plena Guerra Fría posterior Morton Gould grabó dos sinfonías con texto comunista, la Segunda y la Tercera.   Se valorizó ante todo que Shostakovich fue uno de los más grandes sinfonistas del siglo, y para él no hubo McCarthyismo. Una curiosidad: ¡los derechos de las obras de estos dos grandes no son de alguna editorial sino de sus herederos! Las dos Quintas rusas de Shostakovich y Prokofiev son obras maestras ineludibles en los repertorios del mundo. Y los mendocinos hicieron su entrega con nobleza.

Pablo Bardin

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