
Con la batuta a cargo del sofisticado director de origen ruso, Alexander Anissimov , poseedor además de un importante y extenso currículum hizo honor a su trayectoria logrando un gran trabajo a cargo de la orquesta.
Por Sabrina Abalo.
PH: Prensa Teatro Colón /Arnaldo Colombaroli
En la primera parte se escuchó la Obertura de la Ópera Fidelio de Ludwing van Beethoven, partitura sin grandes compromisos donde el instrumento más lucido fue el corno. La orquesta sonó correcta y a demanda de los pedidos del director.
En cuanto comenzaron a sonar los primeros compases del Concierto N°3 para piano y orquesta del mismo compositor, el pianista invitado, el italiano Filippo Gamba como si fuera parte de un ritual, sacó un pañuelito blanco que pasó por todas las teclas del piano para luego esperar concentrado su entrada.
Las cuerdas en general sonaron afinadas, sobre todo los violines. Del piano salieron notas correctas, ritmo exacto, trinos tocados como indica la parte, escalas con un toque muy limpio y cronometrado, pero era esperable en el momento de la intervención solista, antes del final del 1° movimiento, un desarrollo además de técnico más integro en la interpretación. Este artista Veronés que al comienzo del concierto generó expectativas y un clima prometedor luego, no logró.
Hizo un bis: Mazurka en La menor op 68 N°2 de Chopin
La segunda parte del programa fue sin dudas lo mejor, Scheherazade, Suite Sinfónica compuesta en 1888 por Nikolai Rimsky – Korsakov con sus cuatro partes:
1) El mar y el barco de Simbad (largo e maestoso – Allegro non troppo)
2) La historia del príncipe Kalender (Andantino – Allegro molto)
3) El joven príncipe y la joven princesa (Andantino quasi allegretto)
4) Fiesta en Bagdad. El naufragio del barco contra las rocas (Allegro molto – Allegro non troppo)
Una obra grandilocuente que va más allá de su extensión, unos 45 minutos de música donde ningún instrumento pasó desapercibido, la música sinuosa, por momentos trágica generaron un clima de profunda intriga. Los trombones con su sonido amenazante complementan la partitura tormentosa.
La orquesta respondió con eficiencia a los cambios constantes de dinámica que pedía el director.
El violín como instrumento solista destacado mostrando una ondulante melodía que reaparece una y otra vez durante todo el desarrollo musical tuvo una acertada performance a cargo del Concertino Adjunto Pablo Saraví, mostró un sonido pulcro sobre todo en los agudos, brillante, elástico un sonido que parecía correr entre los compases exigidos de la hermosa melodía tan característica de la obra. Hubo una destacada labor en las intervenciones solistas más pequeñas del fagot, oboe, clarinete como también algunos ataques incorrectos del corno en la primer parte.
En los momentos donde tocaba la masa orquestal, toda la familia de las cuerdas sonaron en perfecta armonía, e idílica cuando llevaron adelante la melodía del joven príncipe y la joven princesa.
Se distingue un gran trabajo orquestal a cargo del refinado Anissimov donde se pudo escuchar una versión muy descriptiva, conmovedora, excelente final del 3° movimiento dando paso al 4° donde se escucha luego de las melodías ajustadas de las maderas una exactitud y precisión en el último sonido de los violines en conjunto y luego el silencio. Impecable.
Al finalizar la función, el director ruso fue aplaudido muy efusivamente y fue reclamado tres veces en el escenario, la platea aplaudió asombrosamente de pie. Luego del violín solista, los mayores aplausos los recibió el hombre a cargo del fagot que tuvo una interpretación impoluta.
En definitiva, maravillosa actuación de este profesional nacido en Moscú que supo encontrar el secreto del sonido de cada instrumento.