Por Pablo A. Lucioni
Función del 13/08/2017
En esta temporada de Buenos Aires Lírica con múltiples sedes, la única ópera del año en el Teatro Avenida fue una versión con buen espíritu dramático de La Bohème. Con dirección de padre e hijo Perusso, en los apartados musicales y escénicos respectivamente, tanto los momentos alegres como aquellos trágicos planteados por Puccini, fueron convincentemente recreados.
Marcelo Perusso, quien además de la régie se encargó de la escenografía, para esta Bohème eligió un enfoque bastante pictórico, remitiendo a una época, y más, principalmente a un artista plástico: Henri de Toulouse-Lautrec. En la puesta aparecen referencias a su obra tanto en proyecciones sobre tul a proscenio, como en escenas que se ven periféricamente complementando la acción en la buhardilla, e inclusive en detalles o vestuarios de los personajes de la obra? La escenografía fue relativamente sencilla en los Actos I y IV, con una suerte de tarima con piso de madera, complementada por unos fragmentos de pared, y unas especies de visiones radiográficas de cuartos de edificios vecinos, que daban cuenta de algunas escenas de vida alrededor de la morada de los bohemios, incluida la habitación de Mimí. La función ilustrativa de esto, que con la iluminación se activaba y desactivaba, más una serie sutil de proyecciones de contenido pictórico en primer plano, funcionaba bien, sobre todo porque no se abusó del recurso. El Acto II reaprovechaba la misma tarima de antes para construir la vereda del Momus en un Barrio Latino posible, pero el Acto III es el que tal vez peor funcionaba, por una estructura central que parecía un importante montículo de hielo, el cual generaba grandes distancias, tal vez buscadas, pero que sumado a la magra iluminación que la escena propone, volvían a la acción difusa. La marcación para los cantantes fue buena en general, consciente de la situación dramática y efectiva. Algunos de los desplazamientos de Musetta en el Acto II, yendo de un lado al otro del escenario, parecerían injustificados, pero todo ese acto tiene una impronta en alguna medida artificial.
La acción original está situada cerca de 1830, y por supuesto para esa época Tolouse-Lautrec ni había nacido, pero muchas veces se ha llevado esta ópera a la belle époque, y eso no conspira, per se, en ninguna medida contra la atmósfera ni la esencia del drama.
El grupo de cantantes estuvo encabezado en rendimiento por Montserrat Maldonado, quien compuso una Mimí delicada, con voz generosa, y siempre muy correspondiente al personaje. Su voz es bella y bien trabajada, y viene de hacer papeles como Norma, con solvencia, pero probablemente estando muy cerca de las fronteras de lo que podría cantar sin compromiso. Por lo pronto, en papeles netos de soprano lírica como Mimí se mueve con soltura.
Rodolfo fue cantado por Nazareth Aufe, quien al parecer hizo varias de las funciones con un problema de salud que le afectaba la garganta. Tuvo algunas secciones que le costaron, y en sí parecía desplazado frente al caudal y la justeza musical de Maldonado.
María Belén Rivarola cantó una Musetta algo estrecha, fundamentalmente sin la proyección vocal que el rol requeriría, y quien pareciera que puede desenvolverse mejor como Mimì por sus características vocales.
Ernesto Bauer como Marcelo estuvo bien, fue convincente actoralmente y rindió. Tanto el Schaunard de Luis Loaiza Isler como el Colline de Walter Schwarz completaron bien el grupo en el capítulo de las voces graves. Sergio Carlevaris estuvo muy bien como Benoît, siendo muy histriónico en un amaneramiento no desbocado, y después aparecía él mismo como si fuese Alcindoro, el acompañado de Musetta.
La dirección de Mario Perusso, en esta dupla con su hijo régisseur, fue correcta y de buen trabajo en lo musical. Se sabe que por trayectoria el maestro tiene un notable conocimiento de este repertorio, y su gran entendimiento de la obra se hizo evidente. Su perspectiva, que normalmente es de servicio a los cantantes, buscó acomodar en lo posible a la orquesta para no oscurecer a Rivarola ni a Aufe, y el resultado general, con un rendimiento de los músicos bueno, aunque no inmaculado, fue convincente y válido.
© Pablo A. Lucioni