
Después de varios años de ausencia, François Girard retorna al cine ofreciendo un film en donde reitera su amor por la música como ya lo había hecho en Thirty Two Short Films About Glenn Gould (1993) y en la ganadora del Oscar, The Red Violin (1998). El director canadiense presenta una emotiva historia escrita por Ben Ripley, el realizador demuestra cómo la música puede alimentar el espíritu humano y permitir una positiva apreciación de nuestra existencia.