Por Antonio Formaro
El musicólogo y pianista argentino de proyección internacional reflexiona sobre algunos ejes imprescindibles que atraviesan el mito y la historia de Beethoven: sus ideales y principios, el devenir de su música y su ineludible influencia en otros compositores.
Beethoven y el Humanismo
La obra de Beethoven representa, en lo ideológico, el último coletazo y el máximo ejemplo y esplendor de las ideas de la Ilustración. En estas ideas se había formado con total conocimiento del pensamiento ilustrado de mano de su maestro Christian Gottlob Neefe en Bonn. Los ideales de Rosseau y la influencia de Kant son evidentes en su pensamiento. La fe absoluta en la razón, en el poder del ser humano, en la autoconstrucción, es uno los ideales optimistas del mundo beethoveniano que hereda del siglo XVII y que marca en una expresión heroica, teniendo en cuenta la época que le tocó vivir.
Así en la obra de Beethoven el gesto triunfal, el optimismo final, es un gesto que no se puede dejar de tener en cuenta. Sin embargo anida en él la decepción de los ideales de la Ilustración, la decepción de la puesta operativa de la Revolución Francesa, en el aspecto de la destrucción y muerte que la lucha para llevar a cabo estos ideales trajó. Esto se ve tanto en una reflexión interior que lleva al pesimismo, como en las últimas obras escritas en un estilo reconcentrado intimista que se aleja de toda materialidad. No debemos olvidar que la misma idea del pensamiento ilustrado tenía en cuenta la percepción de la razón hacia el sentimiento y este como la primera captación de la mente humana sobre su propia existencia. Así la coexistencia del Clasicismo y el Romanticismo en Beethoven se da desde el primer paso, desde el primer período, como puede ser la Cantata por la muerte del emperador José II, del temprano 1790.
Tender a ver a Beethoven como un paulatino acceso al Romanticismo, en mi opinión, es una trampa, ya que la coexistencia se da, en el piano por ejemplo, desde la primera sonata, como heredero del Sturm und Drang, que supo conocer a través de las obras de Carl Philipp Emanuel Bach y el primer Haydn. Está claro que esta idea más romántica va a crecer en Beethoven y va a llegar a momentos de explosion o gran introspección en algunas obras particulares, ya en la primera etapa, como la Sonata Patética o la llamada Claro de luna, pero todas las sonatas iniciales en el piano presentan momentos de una expresión completamente ajena a los buenos modales de la aristocracia de la música galante que, exceptuando los grandes clásicos vieneses, dominaba en el periodo.
Así, en esta primera etapa beethoveniana, la influencia fueron los modelos clásicos mencionados, con la excepción de la música de la Revolución Francesa y la ópera de rescate de Cherubini por ejemplo, donde la idea de lo fúnebre, lo trágico y el heroismo desbordado hicieron mella en él. Debemos pensar que se oían por doquier las bandas militares de los ejércitos que recorrían Europa y las canciones patrióticas que desde Francia inundaban con su estilo, desde la Opéra-comique, o también desde las ceremonias, todo el mundo sonoro europeo. Y no es menos importante que lo fúnebre, la glorificación de la muerte, como algo heroico, por una causa noble, se hacía patente en grandes himnos y réquiem que se ejecutaban en público en cada homenaje a cualquier General o ciudadano que perecía en las guerras de revolución.
Sin embargo Beethoven supo hacer introspectivo este gesto, supo generarlo en lo interior, como la muerte del propio ser que renace hacia un gesto artístico propio. En ese sentido se mostró consciente de que debía seguir un camino diferente al de sus admirados compositores antecesores, sobre todo al de Mozart, que es su verdadero modelo.
Mozart ya se presentaba en un mosaico musical inmenso que iba desde Don Giovanni hasta La Flauta Mágica, de los Conciertos para piano a los Divertimentos, un enorme panorama que parecía unir las clases sociales desde la máxima aristocracia a la burguesía e incluso el pueblo bajo. Pero Beethoven los aunó en un mismo gesto con menos elementos musicales, es decir, Mozart es exuberante mientras Beethoven se muestra bastante más austero. Parece paradójico, pero Beethoven evita una cierta serie de gestos humorísticos o sensuales, una cierta visión humana que Mozart tenía en su música. Pero toma de él el dramatismo más grande que pudo encontrar en el Requiem o en Don Gionvanni, para dar un ejemplo. O la idea de lo sublime, que rodea obras como el Concierto para clarinete en La mayor o La Flauta Mágica, esa sublimidad que supera cualquier tipo de aflicción humana.
De allí Beethoven se eleva en gestos más grandes, más largos, en sonoridades mucho más profundas, mucho más inmensas y abarcativas, como si le hablara al entero orbe, al entero globo terráqueo, y alcanzara o superara lo máximo que el ser humano pudiera alcanzar, como un Prometeo en busca de lo divino.
Las etapas de Beethoven
En los años 1800 a 1810 Beethoven produjo su gesto más característico, la unión del heroísmo con el sentimiento más profundo. Esto se da en mayor insistencia en aspectos trágicos de su rítmica marcial. La pulsación se hace cada vez más penetrante, desde lo agitado a lo solemne, Beethoven nos lleva a límites paroxísticos nunca vistos hasta el momento, que inundan su obra y los contrasta en movimientos de una solemnidad que no había sido vista desde Handel, con una expresividad totalmente nueva, donde sin duda anuncia la grandeza y la hondura del Romanticismo. La originalidad de Beethoven en este período se hace patente también por su trabajo formal, aquí el compositor se expande a límites de lo desconocido. Las sinfonías alcanzan duraciones propias de lo que solamente la ópera podía dar en Gluck o Mozart, o en un oratorio de Haydn. Beethoven se decide a elevar los géneros del cuarteto de cuerdas, la sonata, el concierto o la sinfonía, haciendo su propio mundo dramático en una expansión que sin dudas tiene la influencia del ritmo y que se asocia al período imperial de Napoleón con total facilidad.
Es notable que Beethoven es el único autor que logró captar su época. Los demás autores notables, como por ejemplo, el operista Luigi Cherubini, y figuras menores como Lesser y Mehul en Francia o Hummel en el mundo germánico, se quedaron en gestos externos de la época, por más preciosa que su música pueda ser. Desde lo grandioso a lo agradable no supieron entender el cambio de siglo, el cambio de época, más que como una cuestión de moda.
Por eso Beethoven está solo durante este período, no tiene ningún compositor que pueda estar, ni siquiera, dos o tres escalones debajo de él. Este período causa una impresión tan grande en nosotros porque es el nacimiento de la Modernidad como música, una música que toma gestos particulares que son propios de cada obra y dividen claramente una de otra.
Uno recuerda la Sonata Appassionata, la 5ª Sinfonía o el Cuarteto Razumovsky, ya por sus gestos y sabe de qué está hablando, como si tratara de el preludio de Tristán e Isolda, o un tango de Piazzolla, donde uno ya entiende desde el comienzo, de que se va a tratar toda la obra.
Así se convierte en el padre de una modernidad que es penetrante para el hombre de hoy como ningún compositor previo, y así la palabra Beethoven fue en su época y hoy, uno de los vocablos más famosos del mundo parlante.
Beethoven se elevó así al mundo artístico como un Miguel Ángel y como solamente antes de él, un Mozart había logrado generar: un mito de la música.
Luego de la caída de Napoleón, Beethoven enfrentó lo que fue la restauración europea. Este período complejo y realmente decepcionante en cuanto a los avances que los derechos humanos habían alcanzado a partir de la Revolución Francesa, debe ser vistos como un retroceso absoluto del pensamiento de la igualdad del hombre.
Beethoven, dándose cuenta, se retira a un silencio que no debe ser entendido solamente por el avance de la sordera o los problemas personales, sino como la comprensión de que el mundo de los grandes movimientos revolucionarios había terminado, y que un movimiento represivo aparecía en Europa. Así su estilo, después de algunos intentos de mantener la grandiosidad del período medio se reduce al intimismo más absoluto y se eleva dentro de él a esferas de lo desconocido. Es el mundo de las últimas sonatas y últimos cuartetos donde retoma la historia antigua de la música como único refugio y aparece luminosa la idea de volver a Bach. Allí Beethoven influyó poderosamente en lo que iba a ser el camino de Mendelsohn y Schumann, anticipando que, el retorno al Maestro de la música pura, al máximo de los contrapuntista y armonistas, era el único camino para el músico en una sociedad que, por un lado proclamaba la libertad absoluta de mercado, pero no respetaba los derechos de la libertad humana.
Este mundo extraño para algunos, es el verdadero legado de Beethoven, que solo los primeros románticos supieron comprender, los que incluso convivieron con él siendo jóvenes adolescentes o niños. Es un Beethoven totalmente distinto al que a veces nos acostumbramos en el mundo sinfónico. Es un Beethoven de la música de las esferas que por momentos parece alcanzar en los Cuartetos Op. 131 o en la sonata Op. 111.
Sin embargo el león rugirá un par de veces más, sobre todo, en un acceso panteísta de la fe, como lo es la Misa Solemnis, y en el último de los grandes himnos enciclopedistas, abarcativo e iluminista, que se hunden de nuevo en esa tradición que Beethoven jamás dejó; la 9ª Sinfonía, en la que usó un texto totalmente prohibido en la época, que es la “Oda a la alegría” de Schiller. Allí dejó claro que el mensaje a la humanidad seguía siendo el mismo que lo obsesionó desde su juventud, que más allá de sus luchas interiores, cuando se dirigía al mundo en la Sinfonía -su verdadero género para lo universal- seguía pensando lo mismo y ahora lo ponía por primera vez en palabras.
Allí se reúne todo el mundo musical de los siglos XVIII y XIX. Absolutamente los gestos, desde lo popular que anticipa Haydn, desde lo erudito de Bach, desde el vigor en la mezcla de estilos de Mozart, desde el dramatismo del propio Beethoven y la anticipación de lo que va a ser la aspiración wagneriana, se presenta en esta Sinfonía.
¿Cuál es su mensaje? No puedo decirlo, no estoy seguro. Porque ese enigma que presenta esta sinfonía, es el enigma que presenta cada obra de Beethoven, un camino hacia un mundo hermenéutico que hay que descubrir en cada gesto sin pasar ninguna de sus obras como una obra menor, sino como el camino de un compositor que planteó para la continuidad de la historia de la música, la idea absoluta de la autoconstrucción del artista.
Mozart, Beethoven y después
Es común que los melómanos separen a Mozart y Beethoven en dos épocas, pero pienso que Mozart, desde sus conciertos para piano y sus óperas, para nombrar solo algunos géneros, fue llevando a esta aparición subjetiva de una manera notable. Mozart (en la personificación de un Papageno, de un Tamino, de un Sarastro, de una Susana, de una Condesa o de un Fígaro, y sobre todo de un Don Giovanni) marcó un mundo de tal diversidad que Beethoven pudo beber de esa fuente, como él pensaba de joven, tomando de manos de Haydn el espíritu de Mozart. Pero a este espíritu no lo copió al pie de la letra, sino que lo transformó. Así es ruptura y es continuidad, engrandece a los compositores previos no solamente engrandeciéndose él, sino continuando incluso su tarea. Por eso los compositores posteriores que supieron revalorizar a Beethoven en todos sus aspectos y en los más variados, tomando algunos gestos de él, son los que permanecen en el panteón de los grandes compositores actuales.
Uno piensa en Schubert, contemporáneo a la última etapa de Beethoven, en cuya obra se desarrollan gestos líricos «beethovienianos» tardíos. Uno piensa en Mendelssohn quien tomó de Beethoven la idea de personalidad subjetiva y la idea de vuelta al contrapunto para desarrollar una obra totalmente distinta en lo estético pero sólida en la construcción, hasta atreviéndose a continuar la idea de un a sinfonía coral en su Sinfonía Nº 2 “El himno alabanza”. Luego piensa en Brahms, que es el verdadero continuador de la gran arquitectura beethoveniana, pero tomando el contrapunto bachiano y la idea de lo motívico llevado al límite. Y finalmente en Wagner, que decide, luego de la experiencia de Beethoven, expandir la idea de la sinfonía al mundo operístico.
Pero sería erróneo pensar que la influencia de Beethoven se da solo ellos, también se da en la ópera italiana, ya en Donizetti y mucho más en Verdi, se ve la influencia del gesto beethoveniano.
La música francesa, con Berlioz y luego los compositores posteriores, marcan la seriedad del trabajo sinfónico y motívico de Beethoven. Y así sucesivamente, se convierte en el modelo de todas las generaciones y todas las estéticas posteriores, siendo negado tan solo por algún excéntrico. Beethoven siempre ha sido un compositor que, como Leonardo o Miguel Angel, jamás pudo ser soslayado como la figura crucial de cambio histórico en la música.
Sitio web del autor de la nota, Antonio Formaro: https://www.antonioformaro.com/
Lee la revista entera dedicada a la figura de Beethoven, donde se incluyó esta nota: Revista Música Clásica Buenos Aires 3.0 #19 – Diciembre 2020