Aguafuerte de 1814 de Ludwig van Beethoven por Blasius Hoefel, según un dibujo de Louis Letronne. Fotografía: Imagen / Getty Images.
La eminencia, el símbolo, el monumento a la cultura occidental tenía ascendencia africana. Ciertamente es una declaración impactante, pero es parte de la intencionalidad. La historia de cómo una pequeña teoría se convirtió en una proclama histórica por los derechos de los oprimidos.
Exactamente 80 años después de la muerte de Ludwig van Beethoven, en 1907, el compositor británico Samuel Coleridge-Taylor comenzó a especular que Beethoven era negro. Colderidge-Taylor, hijo de madre inglesa blanca y padre sierraleonés, dijo que no podía evitar notar semejanzas notables entre sus propios rasgos faciales y las imágenes de Beethoven. Habiendo regresado recientemente de los Estados Unidos segregados, Coleridge-Taylor proyectó sus experiencias allí en el compositor alemán. «Si el más grande de todos los músicos estuviera vivo hoy, le resultaría imposible obtener alojamiento en un hotel en ciertas ciudades estadounidenses».
Sus palabras resultaron proféticas. Durante la década de 1960, el mantra «Beethoven era negro» se convirtió en parte de la lucha por los derechos civiles de la comunidad afroamericana. Para entonces, Coleridge-Taylor había estado muerto durante 50 años y fue casi olvidado, pero cuando el activista Stokely Carmichael se enfureció contra la suposición profundamente arraigada de que la cultura europea blanca era inherentemente superior a la cultura negra, la explosiva frase encontró un nuevo vehículo de expresión: «Beethoven era tan negro como tú y como yo», le dijo a una audiencia principalmente negra en Seattle, «pero ellos no nos dicen eso». Unos años antes, Malcolm X había manifestado esa misma idea cuando le dijo a un entrevistador que el padre de Beethoven había sido «uno de los negros que se contrataron en Europa como soldados profesionales».
La verdad que buscaban Carmichael y Malcolm X no era científica. “Beethoven era negro” fue una gran metáfora diseñada para inquietar y sacudir la certeza.
Un legado alternativo
«Beethoven era negro» se convirtió en una proclama coreada en una estación de radio de música soul de San Francisco y, en 1969, alcanzó la conciencia de las masas cuando la revista Rolling Stone publicó un artículo titulado: «¡Beethoven era negro y orgulloso!» (en una clara referencia a la icónica canción de James Brown). En 1988, dos estudiantes blancos de la Universidad de Stanford en California, luego de una acalorada discusión sobre música y raza, vandalizaron un póster de Beethoven, dándole toscos rasgos estereotipados afroamericanos. Un hecho reportado en la prensa como un acto de racismo.
La inquietud por el dominio cultural de Beethoven empezaría a ser discutida en ámbitos inusuales para la colmena de la música clásica. En 2007, Nadine Gordimer publicó una colección de cuentos titulada Beethoven Was One-Sixteen Black (Beethoven era un sexto negro). Pero el tema de la raza permaneció en gran medida latente hasta este año, en el 250 aniversario del natalicio de Ludwig van, cuando el contexto de COVID-19 se vinculó inextricablemente con la brutalidad institucional (lamentablemente moneda corriente en Argentina). En Estados Unidos, a causa del asesinato de George Floyd, se contagió rápidamente el reclamo del movimiento Black Lives Matter, con ecos de Carmichael y Malcom X. Algunas acciones de lucha, por ejemplo, fueron interpretaciones rupturistas, con intervenciones realizadas sobre las sonatas de Beethoven, a través de lecturas del poeta afrodescendiente Langhton Hughes.
Una pregunta incómoda
¿Beethoven era negro? La evidencia es escasa y no concluyente. El caso se basa en dos posibilidades: que los antepasados flamencos de Beethoven se casaron con «negros» españoles de ascendencia africana, o que la madre de Beethoven tuvo una aventura. Pero la verdad que buscaban Carmichael y Malcolm X no era científica. “Beethoven era negro” fue una gran metáfora diseñada para inquietar y sacudir la certeza.
La discusión de fondo no pasa en torno a la etnia de Beethoven, sino que plantea la posibilidad de un universo alternativo donde la problemática de la hegemonía blanca-occidental podría ocultar hasta el mismísimo “genio indiscutido” del compositor alemán. Antes de que nuestra vida cambiara para siempre (es decir, hace poco menos de diez meses), el mundo de la musicología debatía en torno a las celebraciones que preparaba el 2020 en torno a la figura del nacido en Bonn.
¿Es necesario subrayar y bombardear los ya saturados programas internacionales con más conciertos de un músico archi-interpretado globalmente? ¿Será el momento de dejar de lado nuestra tradición y dar lugar a nuevas voces o expresiones que estuvieron usualmente invisibilizadas? Es una discusión que quedó relegada, ya saben… el mundo dejó de girar este año, pero quizás haya que profundizar en un futuro cercano…
Esta nota se publicó originalmente para nuestra revista Revista Música Clásica 3.0 del mes de octubre 2020.