
Después de 25 años, volvió al escenario del Teatro Colón Aurora, una ópera cargada de simbolismo patriótico. Su incorporación a la temporada representa una oportunidad valiosa para el registro. Las interpretaciones destacadas y una orquesta robusta fueron lo mejor de la velada.
Por Virginia Chacon Dorr – Ph. L. Rivero y A. Colombaroli para Prensa Teatro Colón
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Aurora se estrenó el 23 de septiembre de 1908, con música de Héctor Panizza y libreto de Luigi Illica —quien cuenta entre sus éxitos con obras como La Bohème, Tosca y Madama Butterfly para Puccini—. Su simbolismo histórico es innegable, especialmente en relación con la revolución. La ópera narra, a través de dos hilos, la lucha independentista en Córdoba y la trágica historia de amor entre Mariano, un patriota, y Aurora, la hija de un jefe realista. A lo largo de la obra, Mariano se debate entre cuál aurora elegir: la que encarna el amor romántico o la aurora de su amada patria.
Imbuido en el espíritu centenario de la revolución, Panizza escribió esta ópera en 1907. Se podría decir del libreto que no profundiza en los personajes, sino que los trata de manera superficial; la intención, en su trasfondo, es mostrar, de forma lineal, una épica que ya conocemos. Originalmente escrita en italiano, encontró su polémica traducción al castellano en 1943, de la mano de Angelo Petitta y Josué Quesada. Dos años después, una de sus arias (“Alta en el cielo”) fue decretada como Canción a la bandera. Aunque Aurora no se caracteriza por tener melodías memorables —más allá de “Alta en el cielo”—, resulta fascinante apreciar la orquestación de Panizza y su uso de fanfarrias militares.

Una puesta con claroscuros
Aurora regresó al escenario del Teatro Colón después de 25 años, bajo la régie de Betty Gambartes y la dirección musical de Ignacio Maino, en una puesta que se centra en reforzar la intención directa del libreto, que es contar una épica. Aunque presenta reminiscencias de contextos educativos, se valoró el trabajo de revisión realizado sobre la obra original, incluyendo una nueva traducción y cortes que facilitaron la fluidez y naturalidad de la obra.
La escenografía de Graciela Galán, quien también se encargó del vestuario, presentó a lo largo de los tres actos dos espacios distintos, caracterizados por la utilización de pocos elementos que funcionaban como indicios de cada contexto. En ambos predominaba el blanco, lo que permitía que la iluminación tuviera un impacto primordial en las marcaciones de los cambios e inflexiones en el desarrollo de la historia. El primer acto se desarrolló en el convento de la Compañía de Jesús en Córdoba, compuesto por dos escaleras, una biblioteca, un portón de hierro, una virgen y poco más. El segundo y tercer acto transcurrieron en el patio de la casa del jefe realista don Ignacio de la Puente, donde circulaban soldados que poseían más estética de muñequitos que de guerreros. La puesta en escena incluyó elementos que hacen referencia a la historia argentina: la luna y el sol con facciones de pinturas nativas (del pintor Leónidas Gambartes), el palo borracho en flor, las vestimentas, y la inclusión de hombres y mujeres de diversos orígenes poblacionales entre el pueblo que empuña las armas de la liberación.

Sólidas actuaciones
La obra contó con actuaciones sobresalientes, caracterizadas por una cohesión notable. Se logró un buen equilibrio entre las voces y la orquesta, la cual supo explorar, bajo la batuta de Maino, el lirismo que Panizza reservó para los instrumentos. Destacó la actuación de Daniela Tabernig, no solo por su voz y técnica prodigiosa, que brillaron en los momentos de virtuosismo dedicados a Aurora, sino también por la construcción de un papel central que desarrolla un arco dramático que, aunque débil en el libreto, resultó sólido en la interpretación, transitando de una hija infantilizada y distante de la realidad revolucionaria a la amada que perece en la aurora de la patria.
Fermín Prieto también ofreció una actuación destacada como Mariano, encarnando de forma individual la épica que reside en la voluntad del pueblo argentino. Logró una proyección clara, con intensos contrastes de matices, dejando una versión memorable de la Canción de la bandera, acompañada por un coro en una interpretación potente que resonó con el público durante el bis. Completaron el elenco Alejandro Spies como Raimundo y Hernán Iturralde como el jefe realista Don Ignacio, quienes se lucieron con una impecable precisión.
Virginia Guevara, en su papel de Chiquita, merece un reconocimiento especial. Aunque su papel se presenta como ligero y casi superficial, exige una gran destreza vocal. La soprano logró abordar este desafío con éxito, aportando una frescura notable a la interpretación.
Con sus claroscuros, Aurora se erige como una obra imprescindible por su indiscutible peso histórico. Su regreso fue una celebración justa, donde las voces se destacaron y se dejó un recuerdo emotivo con el bis de la Canción a la bandera.
Ficha Técnica
Aurora, ópera en tres actos (1908)
Música Héctor Panizza
Libreto Luigi Illica (en italiano)
Sala Teatro Colón
Funciones Martes 24 (Gran Abono) repite los días 26 domingo 29 a las 17 (función criticada en este texto) y 1 de octubre
Dirección Musical Ulises Maino
Dirección de Escena Betty Gambartes
Escenografía y Vestuario Graciela Galán
Iluminación Roberto Traferri
Diseño de Video Rodrigo Vila Pablo Margiotta
Elenco
Daniela Tabernig (Aurora)
Fermín Prieto (Mariano)
Hernán Iturralde (Don Ignacio)
Alejandro Spies (Raimundo)
Santiago Martínez (Bonifacio)
Cristian Maldonado (Don Lucas)
Virginia Guevara (Chiquita)
Claudio Rotella (Lavin)