Atractivo Caballero de la Rosa en el Colón

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PH: Máximo Parpagnoli. Reseña por Pablo A. Lucioni

Teatro Colón, Función de Gran Abono, 18/7/2017.

Después de casi dos décadas de ausencia, volvió esta gran ópera de Richard Strauss al escenario del Colón. La espera sin duda no se debe a que sea poco apreciada por el público, sino a que requiere varios cantantes importantes, más un trabajo de preparación orquestal laborioso y de detalle. Son muchos los factores que tienen que conjugarse felizmente para hacerle justicia, y esta producción fue valiosa, aunque probablemente más en el aspecto musical que en el escénico.

Definitivamente Manuela Uhl y Jennifer Holloway fueron una pareja excelente en lo vocal e interpretativo. El Primer Acto tuvo entre La Mariscala y en Quinquin (Octavian) todas las distintas instancias y climas dramáticos que corresponde. La voz de ambas luciógenerosa, fluida y en total estilo para la escritura de Strauss.

La Mariscala de Uhl encarnó de manera plena la noble de sociedad, que ya madura, para la época, reflexiona melancólicamente acerca del paso del tiempo y del carácter perecedero del afecto. Tuvo presencia, sobriedad, y al mismo tiempo fue expresiva dentro del corsé de la elegancia. Al igual que en sus anteriores visitas straussianas al Colón, Uhl mostró que idiomática y musicalmente es una gran cantante de este repertorio.

Jennifer Holloway, a quien sólo habíamos visto en el Requiem de Strasnoy en 2014, se ha vuelto una cantante de repertorio amplio. Si bien no es tenida actualmente como especialista en óperas alemanas, su Octavian fue fresco e intenso, siendo histriónica y muy desenvuelta en el episodio travestido del Acto I, y luego, ya en la gran farsa como Mariandel en el Acto III.

El conocido bajo austríaco Kurt Rydl fue un Barón Ochsdesenvuelto y fiel al personaje. Le puso la dosis de humor necesaria, al mismo tiempo que generó siempre esa sensación desagradable del altanero y provinciano noble rústico que le corresponde al rol.

PH: Máximo Parpagnoli

Oriana Favaro estuvo bien como Sophie. El personaje le quedaba a la perfección, y la joven delicada que representaba contrastaba fuertemente con lo rústico de Ochs. Vocalmente fue convincente, aunque seguramente no sin exigencia, con todavía tres funciones por delante. Cubrió bien la densidad de la escritura sinfónica straussiana, ayudada un poco por el buen control de la orquesta de Alejo Pérez, pero en distintas circunstancias, al cantar al lado de voces en general caudalosas, se notaba que había un esfuerzo para estar a la par, algo que se hacía patente en el terceto del Acto III.

Darío Schmunk cumplió elegantemente en su breve aparición como el tenor italiano, al igual que el resto de los comprimarios.

El rendimiento de las voces, y por sobre todo la claridad y prolijidad orquestal, han tenido mucho que ver con la lúcida preparación de Alejo Pérez. Su entendimiento de la música escrita por Strauss fue completo, y organizó muy bien las complejas texturas y modulaciones que aparecen en los distintos momentos, logrando con la Orquesta Estable una performance de un nivel que no siempre alcanza. Su visión fue clara, respetuosa de las voces, pero siempre con la consciencia narrativa que tiene la orquesta en esta obra.

La puesta, una gran producción para el MET de Nueva York, la Royal Opera House y el Teatro Regio di Torino, que pudo verse en video con Renée Fleming dirigida por Levine, llegó posteriormente al Colón. El concepto de Robert Carsen tuvo reposición local con dirección escénica de Bruno Ravella. Escenográficamente es bastante imponente, con decorados y mobiliario fastuoso, todo ubicado en época de Strauss, no en el Siglo XVIII. El Acto I, que sigue bastante respetuosamente las múltiples indicaciones del libreto, funcionó bien, aun con una sobreabundancia de retratos de Francisco José que se volvía agobiante. Para el Segundo, se optó por un gran salón marmóreo con un friso griego, espartano, muy presente, y una pieza de artillería, supuestamente un mortero, monstruosamente ubicado en el centro, que está pocos minutos al inicio, para después volver. ¿Esta atmósfera sugeriría que Faninal sería un fabricante de armas?, ¿y el mortero habría que interpretarlo como un símbolo fálico? El Acto III va un paso más allá con la toma de partido, y convierte la posada en un burdel. Este burdel, que es sofisticado, no contrasta con los dos ambientes ostentosos anteriores. Lo que sí fuerza, por capricho evidentemente, es una serie de representaciones orgiásticas muy poco atinadas, totalmente a contramano del refinamiento de Strauss, y estas se mantienen inclusive mientras el coro de niños, la teórica familia de Ochs, está en escena. Previo a eso había habido una recreación, en 1911 teóricamente, de una zona roja de las ciudades europeas actuales, con bailes desnudos en una vitrina. Como tantas veces, por innovar, con esto del burdel, la idea, que podría llegar a funcionar, se vuelve un desmadre. Todo esto para después cerrar con el trío, un final que disuelve todo eso…

La puesta fue vistosa, el vestuario y la realización escenográfica muy buenos. La dirección escénica, entendemos que principalmente debida a Ravella, fue consistente, teatralmente válida, y con buen sentido dramático. La concepción, eso sí más debido a Carsen, va perdiendo forma desde una idea clásica al principio, para, en un crescendo de subjetividad deliberada, llegar a una bacanal sexual que sólo él ve en el acto final.

Como un todo, y principalmente por lo musical, fue un reencuentro feliz con esta obra.

© Pablo A. Lucioni

PH: Arnaldo Colombaroli

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