Atractiva versión de Un ballo in maschera de Verdi para el cierre de la Temporada Lírica del Colón

Atractiva versión de Un ballo in maschera de Verdi para el cierre de la Temporada Lírica del Colón

Como última función de la temporada, y ya con el nuevo equipo directivo en funciones, el Colón concretó con Un ballo in maschera, título verdiano que no se escuchaba desde que esta misma obra cerró la temporada 2013.

Varios factores funcionaron ajustadamente en esta producción y, sin ser deslumbrante, fue una versión vívida en lo musical y con una puesta que mantiene la atención.

Función de Abono Nocturno Nuevo (jueves 5/12)

Por Pablo A. Lucioni

Musicalmente la producción fue sólida, y esto tuvo bastante que ver con la batuta de Beatrice Venezi, desde hace poco nombrada Directora Invitada (un título algo inespecífico) del Teatro. Además de personaje buscado por los medios, tanto en su Italia natal como ahora en Argentina, viene demostrando idoneidad en las colaboraciones que tuvo para el Colón como preparadora musical, dejando sin muchos argumentos a quienes la han criticado por falta de trayectoria real en teatros, por haber tenido actividad de gestión con posicionamiento político (en Italia), por su juventud y por ser una cara bonita. La obra con ella desde el podio tuvo pulso, sentido dramático y una concertación bastante precisa, logrando un buen rendimiento de la orquesta y una efectiva integración con los solistas y el coro.

El trío principal funcionó bien

En el protagónico, para el Conde Riccardo, escuchamos al probadamente rendidor Ramón Vargas, que aún contando varias décadas de carrera en su haber, sigue desenvolviéndose de manera solvente en escena y en lo vocal. Como su esposa, la voz de Alessandra di Giorgio, en su debut en el Teatro Colón, cumplió. De marcado vibrato y con cierta sensación de ser una voz que intenta abarcar roles más spinto de los que naturalmente le vendrían bien, su Amelia fue ganando confianza a partir del Acto II. El barítono misionero Germán Alcántara, que está desarrollando una buena carrera en Europa, tuvo la que fue probablemente su presentación más relevante en Argentina. Con su voz caudalosa, homogénea y buen legato, es idóneo para roles verdianos como el de Renato y resultó convincente.

Guadalupe Barrientos volvió a demostrar que es una de las mezzos más destacadas de su generación. En su concisa aparición como Ulrika tuvo autoridad dramática y vocal para corporizar este personaje y ser el centro articulador de la segunda parte del Acto I. Fue también muy desenvuelta en lo escénico y fluida en lo vocal Oriana Favaro como el paje Oscar.

La puesta de Rita Cosentino fue interesante.

En el programa de mano ella se ocupa de justificar una serie de cosas, recordando que la versión original (referida actualmente como Gustavo III) era la ubicada en la corte sueca. Tras la edición crítica que publicó Casa Ricordi en 1998, y donde se recuperó esa versión previa a la intervención de la censura de la época, viene siendo esa edición la más frecuentemente representada en los teatros del mundo. Sin embargo, para esta producción se elige volver a la ambientación en la Ciudad de Boston de la época colonial (bajo dominio británico) y a que Riccardo (la censura no admitió tampoco el nombre Gustavo) es un conde.
Cosentino plantea en su texto que busca justificar ciertas decisiones de la puesta desde el aspecto político, lo cual le cuesta concretar, porque ni en el texto de Boston ni en el sueco, hay elementos políticos como tales. La única justificación de los conjurados en el libreto son problemas concretos que tuvieron con el conde / rey, pero sin ahondar en ideas o acciones políticas, que sí las hubo en la vida de Gustavo III, pero que era imposible que se plasmaran en el libreto de Somma, por extensión y porque jamás se hubieran permitido.

La puesta en escena tiene una buena dosis de teatralidad, que la vuelve substancial más allá de la sesuda reflexión que sólo parece concretarse como una bandera de los Estados Unidos presente en el Acto I y que luego se utiliza de mortaja para Riccardo en el final. Distintos momentos de la marcación son precisos, con movimientos trabajados, siendo en ese sentido destacable lo que se logra en la elección de quien cometerá el magnicidio, y que en esta versión hace intervenir al hijo de Riccardo. Hay coreografías que son entendibles en el Acto III, pero llevadas a cabo en el Acto I por los criados y criadas, con su carácter disruptivo, podrían ser un homenaje al teatro de Brecht o una inesperada (y asombrosa) referencia al musical.

La escenografía de Enrique Bordolini tiene mucha pared gris, y es sobre todo funcional por permitir cambios dinámicos.

Si bien desde la subjetividad propia de cada espectador podrían tenerse distintos grados de disconformidad con la producción, como un todo, el espectáculo funcionó bien, y se podría decir que a su modo, nunca dejó de ser fiel a Verdi, dando cuerpo a esta ópera de manera efectiva y vívida, lo cual no es poco.

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