En un nuevo aniversario del nacimiento de Arthur Rubinstein recordamos algunas simpáticas anécdotas de este gran artista.
En uno de sus conciertos en el Teatro Principal de Palma de Mallorca le dijo al desesperado afinador, que no acertaba a ajustar una nota: “Déjelo, hombre. Si la gente no se va a dar cuenta”. Años más tarde, en el mismo escenario, hizo pasar a toda la gente que se había quedado a las puertas sin entrada y les dejó sentarse sobre el escenario alrededor de él.
Cuenta el director y pianista Daniel Barenboim que la primera vez que fue a visitarlo a los once años, muerto de miedo ante semejante eminencia musical, el maestro le dio un puro y una copa de coñac. La tensión quedó evidentemente aliviada, y la alegría con la que volvió Barenboim a casa les resultó a sus padres algo sospechosa.
Cuenta Astor Piazzolla que en 1939, a los dieciocho años, lo escuchó en el Teatro Colón (Buenos Aires) y quedó enamorado de su manera de tocar el piano. Decidió escribir un concierto para piano, especialmente para él. Luego lo fue a visitar a su departamento en Buenos Aires para mostrárselo. La primera reacción de Rubinstein, aunque muy amable, fue la sorpresa de que el concierto fuese para piano solo. Comenzó a tocar los primeros compases del joven futuro genio de la música argentina y le lanzó una mirada «fuerte y cordial». Le preguntó «¿Digame joven, a usted le gusta la música?» «Sí» respondió Astor. «¿Entonces, porqué no va a estudiarla?» «Justamente, por eso estoy acá, quiero estudiar música.» Rubinstein se encargaría de hablar con el director de orquesta Juan José Castro, que terminaría recomendando a Astor que estudiara con Alberto Ginastera.
Joachim Kaiser narra en su libro “Große Pianisten in unserer Zeit” (Grandes pianistas de nuestro tiempo) el contratiempo que se le presentó mientras interpretaba en Eindhoven la sonata Appassionata, cuyo significado explicó Beethoven con la frase: “Lean la Tempestad de Shakespeare”. En el tercer movimiento, en el presto–fortissimo, en ese final salvaje, se rompió la banqueta con un fuerte chasquido. Rubinstein se puso pálido; pero, lejos de acobardarse, siguió tocando, medio de pie, medio sentado, con notas incorrectas, hasta el final.
Fuente: https://es.wikipedia.org/wiki/Arthur_Rubinstein