Por Pablo A. Lucioni
Fotografías: Arnaldo Colombaroli (Teatro Colón)
Festival de Música y Reflexión, Teatro Colón, función del 05/08/2016.
Los dos conciertos con orquesta y Martha Argerich al piano ya se perfilaban como uno de los momentos más atractivos del Festival Barenboim 2016. Y realmente fueron memorables, tanto por la majestuosidad pianística de Argerich en el Liszt como por la West – Eastern Divan en pleno haciendo uno de los autores que más magistralmente trabaja su director: Wagner.
Los conciertos empezaron con la obertura de concierto Con Brío de Jörg Widmann, el compositor y excelente clarinetista que estuvo la semana anterior tocando con Barenboim. Fue difundida por el Festival como si se tratase de una primera audición, pero ya fue interpretada en varios lugares antes, inclusive en el Teatro Colón, cuando la Filarmónica de Dresden la tocó para el Mozarteum Argentino en 2014. Se trata de una obra de carácter bastante experimental, que juega ampliamente con las capacidades tímbricas y sonoras de la orquesta, generando todo tipo de efectos, y cuenta con multitud de citas tenuemente invocadas, que son rápidamente reelaboradas y absorbidas por la orquestación, yendo desde Strauss hasta Mahler, con centro en Beethoven. Fue un buen ejemplo de la destreza instrumental de la W.E.D.O., y mostró una detallada preparación.
La pieza central fue precedida por una de las características ovaciones que recibe Argerich cada vez que entra a la sala del Colón. A pesar de que estuvo profundamente engripada, con fiebre, y tocó ambos conciertos así, su performance fue extraordinaria, puede que inclusive lo mejor que haya hecho en el Colón en los últimos años. El Concierto No. 1 para Piano y Orquesta de Liszt es una elaboradísima pieza de un compositor que era gran pianista, y que de hecho fue estrenada por él, con Héctor Berlioz dirigiendo. Argerich la tiene grabada, con Abbado, con Dutoit… pero aun yendo a las grabaciones, cuesta encontrar la plasticidad, la ductilidad de manejo del tiempo en cada frase que se le vio en vivo esta vez. Con el arranque rabioso con el que en general ataca este concierto, uno no sabe exactamente qué esperar, pero a partir de que ella genera ese gran rebaje después de la exposición inicial, hubo un trabajo de una sutileza y fluidez simultáneas extraordinarias. Su fraseo exquisito, discursivo, lleno de pequeños momentos de magia, donde en una casi imperceptible demora de una nota de una frase, o en una mínima inflexión en la articulación uno reconoce lo especiales que pueden hacerse tantos momentos de la obra. La Martha Argerich de madurez está llena de esa capacidad, de esa intuición iluminadora de momentos particulares, y de un fluir, una respiración de su decir pianístico, que es cautivante, con carácter magnético, haciendo que la atención de quien la escucha no pueda decaer, por lo íntegro, por el sentido amplio de lo que construye. Su integración con la orquesta fue magnífica también, y en ese sentido la dirección de Barenboim estaba totalmente orientada a ser soporte, presente y substancial sí, pero dejando en primer plano la labor del piano. Fue muy bueno el dúo entre el piano y el clarinete que se arma en el final del Segundo Movimiento, la labor de las cuerdas como fino pero presente complemento… De hecho, toda esa maleabilidad del piano, estaba absolutamente trabajada con la orquesta, que temporalmente y en fraseo seguía el decir de Argerich.
La segunda parte fue Barenboim en su salsa: cuatro piezas orquestales de óperas de Wagner. La orquesta W.E.D.O., por su origen, su objetivo, etc., es muy variable, y de hecho los cambios que se ven entre los instrumentistas año a año, son muchos. Pero hay que reconocer que en sus últimas visitas, aún con este fenómeno, el nivel de sus miembros y los resultados que logran con Barenboim al frente, especialmente cuando hacen el gran repertorio, son equiparables a los de las grandes orquestas europeas. Empezaron con la Obertura de Tannhäuser, que tenía a los bronces en un curioso segundo plano, pero que ya a nivel de manejo de texturas mostraba la maestría de su director concertando este repertorio. Siguió con un espléndido Amanecer y viaje de Sigfrido por el Rin, con muy logrados climas como tiene esta obra, y que tuvo un traspié del corno que hace las llamadas en interno en su segunda frase, pero que no ensombreció el resultado general. Complementaron esta con la Marcha fúnebre de Sigfrido, ambas de Götterdämmerung. El programa lo cerraron con la obertura de Die Meistersinger… Todo este bloque mostró cuánto conoce Daniel Barenboim este repertorio, y por sobre todo cómo sabe exponer la filigrana sonora que estas magistrales partituras de Wagner tienen para mostrar. La claridad con que la orquesta y sus muy disciplinadas secciones van articulando los temas, exponiendo los motivos y generando las modulaciones, todo fue de un nivel de hechura excelente, fantástico en lo conceptual y en su concreción. Desde Bayreuth, y antes inclusive, Barenboim hace que sus tiempos más de una vez se vuelven particularmente lentos, retardados, pero al mismo tiempo, y esa es la magia, llenos de una densidad, de una substancia, que los vuelve sumamente atractivos, atemporales.
En la primera de las funciones, el jueves, tuvo un accidente en el cual se terminó clavando la batuta en su mano, como consecuencia de un movimiento brusco. Esto lo hizo sangrar, pero continuó dirigiendo, e inclusive tuvo que recibir pañuelos del público para contener la hemorragia.
En definitiva fueron dos conciertos memorables, de un nivel altísimo, por la pianista, por la orquesta y su director, y si hay algo que tiene este Festival es la posibilidad de que se den eventos así en Buenos Aires, que no son todos los que tiene programados, definitivamente, pero que cuando uno los atestigua, se siente privilegiado.
© Pablo A. Lucioni