El violinista y compositor Ara Malikian lleva recorrida una existencia tan intensa y dúctil como su encantadora excentricidad.
Por Natalia Cardillo
Con su último disco Royal Garage (2019), el humilde y ecléctico músico no para de brindar conciertos para cincuenta personas o para miles; tocando desde música clásica, hasta flamenco, pasando por el rock o el tango entre otros géneros. Es libanés, de origen armenio, pero se declara ciudadano del mundo y hoy reside en España desde hace dos décadas.
El violín está en su familia desde hace generaciones: de pequeño su padre le obsequió el instrumento que lo acompañaría siempre, invitándolo -en ese instante- a aceptar el camino de la música enlazado a cuatro cuerdas. Ese violín, fabricado tres siglos antes de recibirlo, había sido de su abuelo paterno y cumpliría una vez más la misión de salvar la vida de un Malikian. Cuando Ara tenía quince años sus padres tomaron la difícil decisión de ayudarlo a huir a Alemania. Con la posibilidad de estudiar música allí, esta aventura lo ayudaría a evitar una muerte casi segura en la guerra del Líbano. Mientras se perfeccionaba en el conservatorio, al que había logrado entrar casi de incógnito en esa tierra extranjera, luchó en la clandestinidad y llegó a someterse a una cirugía a escondidas para lograr que no lo deportaran hasta obtener sus papeles.
Años después, ese niño atravesado por historias de genocidio, refugios antibélicos y partituras, se convertiría (gracias a su tesón y a la brillante energía que lo gobierna) en el violinista versátil, desestructurado y talentoso que es en todos los géneros musicales imaginables.
Ante todo quiero agradecerte por haberle dicho sí a tu padre. Gracias por ese arte que compartís desde tan pequeño con el mundo. Esperamos volver a verte en vivo pronto, ya que la visita a Argentina planeada para 2020 no pudo concretarse.
Muchas gracias. Sí, una pena. Esperamos que el mundo sea mejor y que pronto podamos volver. Tengo muchas ganas de ir a Argentina.
Una alegría que quieras volver, que te guste este país.
Me gusta muchísimo por muchas razones. Primero por cuestiones culturales: me gusta mucho la música que se hace ahí, me gusta el país y allí tengo muchísimos amigos. Me siento muy a gusto cuando estoy en Argentina.
¿Qué es lo que sentís cuando estás interpretando para que el violín suene de ese modo?
Creo que llevo muchos años ya investigando, buscando mi camino, y no siempre tuve la misma relación con el violín. Hubo una época en que empecé a buscar mi personalidad, mi forma de tocar, y poco a poco la fui encontrando, me sentí a gusto. Poco a poco encontré lo que quería hacer con el violín, con la música, con los conciertos. Por momentos estuve menos convencido de lo que estaba haciendo, pero estoy feliz con lo que hago.
Y esto que decís del estar o no a gusto, ¿tuvo que ver con el prejuicio? Eras visto como un intérprete de música clásica y romper esas estructuras suele ser algo difícil.
Sí, eso fue hace mucho tiempo. Mi sueño era ser músico clásico, y lo soy, pero ya a mi manera, sin la necesidad de agradar a otros en un círculo donde nunca me sentí totalmente aceptado ni a gusto. Toco la música clásica a mi modo, como yo la entiendo. A los veinte años había cosas que no entendía, sonaban Bach y Mozart y no comprendía por qué había que tocar esa música de esa manera. Y cuando encontré la respuesta, que era tan simple como que «no hay por qué tocarla así», que cada uno toca como lo siente, que lo importante es poder transmitir con la música, solté.
Arrancar por aceptarse uno mismo y el modo en el que uno quiere hacer las cosas.
Totalmente.
Sabía que mi única salida era demostrar que valía como violinista. Sabía que a través de esto podía salvar mi vida. Por eso tenía el objetivo de ser un violinista válido.
El disco de violín pop en aquellos primeros momentos, ¿te lo propuso la discográfica o ya estabas pensando en hacer algo diferente?
Nada de lo que hice fue estrategia o planificado. Durante mucho tiempo tuve que sobrevivir en este mundo, entonces salí a trabajar en diferentes círculos. También siempre tuve la inquietud de descubrir algo y probarlo. Probar. El mundo de la música clásica a veces no te permite probar. Es hacer lo que te dicen que debes hacer, probar no existe. Por eso casi sin saberlo me fui metiendo en muchas músicas, de diferentes culturas y estilos; y eso fue para mí el aprendizaje más valioso. Lo que soy ahora es por eso. Tengo esa facilidad para experimentar, probar cosas, equivocarme y acertar.
Todo eso te llevó a esa versatilidad, sin duda. En medio de ese contexto complicado en el que creciste, ¿qué fue más fácil y rápido – si se lo puede llamar así- de aprender: la resiliencia o el violín?
Tocar el violín era lo más natural. Yo me despertaba y antes de ir al baño comenzaba a tocar el violín. Una cuestión algo obsesiva, ¿no? Parece que todo indicaba que tenía que ser esto. A partir de la situación difícil que vivía, porque sobrevivía en un país que no era el mío, tenía problemas de papeles, sabía que mi única salida era demostrar que valía como violinista. Sabía que a través de esto podía salvar mi vida. Por eso tenía el objetivo de ser un violinista válido.
Se notan las horas y horas que llevás de práctica, regla básica para cualquiera que quiera llegar lejos con la música. Y no hablo de lo normalmente llamado “éxito”, sino poder trascender con lo que uno hace. Y eso lleva muchas horas.
Las horas son algo que nadie te puede quitar. Hay músicos maravillosos, de muy alto nivel, así que la práctica diaria tiene que suceder. Y una vez que llegas a ese nivel, debes seguir trabajando. La caída y la pérdida de la forma son tremendas. De hecho es más difícil sostenerlo todo que llegar a ello.
Mi sueño era ser músico clásico, y lo soy, pero ya a mi manera, sin la necesidad de agradar a otros en un círculo donde nunca me sentí totalmente aceptado ni a gusto. Toco la música clásica a mi modo, como yo la entiendo.
No tenés techo, y por otro lado también sabemos que el violín es tu vida pero, ¿incursionarías en algún otro instrumento? Has cantado, por ejemplo, y es buenísima esa versión de Watif en tu último disco.
Bueno, muchas gracias. No, el violín es lo mío (risas). Cuando estudiaba también toqué piano, toco la viola, y lo de cantar fue una broma. Cantar me gusta pero no es algo que tomo en serio. Hay toda una técnica en cantar y lo mío fue un experimento.
Todo Royal Garage (2019) es un bello disco, una melange exquisita. ¿Cómo elegís las piezas que interpretás? Más allá de tus composiciones, cuando elegís repertorio de otros compositores ¿cuál es el criterio?
Pues, mira, en principio no hay criterio. Es simplemente tocar lo que me gusta, lo que me emociona. Este disco no estaba previsto, pero había tanto material dando vueltas que dio para hacerlo doble. El disco está hecho de una manera muy casera, no hay discográficas de por medio, entonces al hacerlo nosotros, hicimos sólo lo que quisimos. Pero antes de eso hablamos con algunas multinacionales y para ellos el punto es hacer siempre el mismo estilo. Algo más bien burocrático. Si haces rock, debe ser todo rock, si haces clásico debe ser todo clásico. Entonces decidí salirme de las reglas y hacer lo que me inspira. Y cuando compongo puedo hacer un tema que suena armenio, y al medio termina sonando latino. No controlo eso, me dejo llevar.
Volvemos una vez más a lo mismo: no hay que tocar lo impuesto y además prevalece en vos experimentar y dejarte llevar. Hablando de estructuras, ¿cómo es Ara cuando está solo con Ara?
Yo cuando estoy abajo del escenario soy otra persona. Allí me entrego en cuerpo, alma y corazón, me entrego a crear una energía, una sensación que comparto con el público. Pero cuando bajo soy una persona introvertida, soy muy tranquilo, mas bien tímido. Hay una diferencia de «trajes». Quizá haya una compensación allí (risas). Pero nada que ver arriba y abajo, en escena me transformo.
¿Qué soñás hoy? En este mundo tan loco que estamos viviendo en este momento.
Hoy estamos todos muy preocupados por la salud de nuestros amigos, de nuestros compañeros y del planeta donde vivimos. Pero a largo plazo, por ejemplo, no me preocupa la cultura. Hay compañeros muy preocupados porque cuando hay una crisis de estas, lo primero que se sacrifica es el mundo de la cultura, el mundo del arte. Pero sé que la cultura sobrevivirá siempre. La cultura ha sobrevivido a pandemias, terremotos, dictadores, censuras. En estos momentos tan difíciles se necesita aún más de ella. Hay que contar con la cultura para volver a tener calidad de vida y ser felices.
La cultura ha sobrevivido a pandemias, terremotos, dictadores, censuras. En estos momentos tan difíciles se necesita aún más de ella. Hay que contar con la cultura para volver a tener calidad de vida y ser felices.
Sí. Vos bien lo sabés. De chico, allí en el Líbano, ayudó la música. En el documental que realizó tu mujer, Nata Moreno, sobre tu experiencia en la vida y la música (“Una vida entre las cuerdas”, 2019), se ve en un momento a niños de tu tierra disfrutando de la música, en medio del caos que sigue siendo esa zona del planeta, lamentablemente.
Absolutamente. La música tiene este poder. Ojalá más personas se pudieran dejar influenciar por la música. Todavía hay guerras y uno no entiende cómo aún hay gente que se mata por cuestiones de fronteras, por ego, por poder, cuando se sabe que el mundo no pertenece a nadie o mas bien pertenece a todos. Si en el planeta se accediera más a la belleza del arte, si la sociedad se volcara más al arte, no habría lugar para la violencia.
Sí, si se entendiera más y mejor el arte sería todo muy diferente. Ara, en una presentación de Pisando Flores, en uno de tus conciertos, se ve una coreografía tuya junto a tus músicos sobre el final, tan sencilla y estética a la vez. ¿Quién crea ese tipo de genialidades que redondean así el show? ¿Estás también a cargo de esas cosas?
La verdad es que no preparo una coreografía. Creo que en el momento que se arma una coreografía y uno no es profesional de eso, se complica. Imagino que hablas de la versión orquestal. Yo soñé muchos años con tocar con orquestas. Siempre soñé también que la orquesta y el público se levantara, que se liberara de su sitio, de las partituras. Entonces siempre invito a bailar, a dejarse llevar por la energía de la música. A veces me preguntan si los movimientos que hago yo son preparados, y no, no lo son. Si lo preparo, lo siento poco natural porque no soy bailarín. Dejo que los músicos se dejen llevar, en medio de las indicaciones de la música, y que ahí suceda la magia.
Ara ¿qué música escuchás en tu día a día?
Escucho de todo. Escucho clásico, mucho jazz, mucha música étnica, músicas del mundo. Y también escucho artistas contemporáneos. Además de muchos músicos comerciales que también tienen calidad; hay cosas comerciales que son verdaderamente muy trabajadas y pensadas como Michael Jackson, Bruno Mars, etc. Y también hay cosas no tan conocidas que me gustan mucho. No pasa ni por género, ni por fama, lo importante es que me lleguen.
¿Usás tu violín de trescientos años?
Sí. Lo uso mucho en los conciertos acústicos. Ahora tocamos mucho en sitios muy grandes y ahí necesito un instrumento más robusto, más fuerte, que pueda amplificar.
¿Qué diferencias encontrás en ambos sonidos? Entre aquel violín y los actuales.
El sonido cambia, sí. Pero con violines actuales ganás en potencia para los lugares grandes. Si bien es el mismo concepto acústico desde hace cientos de años, los antiguos están creados para aforos más reducidos.
Royal Garage es, de alguna manera, un homenaje a toda tu historia, que se ve en todo ese eclecticismo del que hablamos. Contale a los lectores de Música Clásica BA, para quien aún no pudo escucharlo, de qué va ese disco y ese espectáculo.
Hay un homenaje, sí. Nace la idea pensada desde un garage real, porque yo me enamoré de este oficio en un garage, si bien no era un garage como el que pensamos hoy día. Este garage era el que teníamos en el Líbano, que usábamos como refugio antibombas. Y en esa situación tan dramática, donde se escuchaban caer las bombas, para disimular esta tragedia tocábamos, hacíamos música, fiestas, algunos bailaban, otros cantaban… Dentro de esa situación fingimos ser felices. Por eso llamé así al disco. Luego musicalmente pongo de todo, tal cual es mi concepto de la música. La idea es poder escuchar algo de Bach, algo de heavy metal o hip hop; hay un poco de todo. Tango, por ejemplo, que es un género que me encanta.
Siempre soñé también que la orquesta y el público se levantara, que se liberara de su sitio, de las partituras. Entonces siempre invito a bailar, a dejarse llevar por la energía de la música.
Eso te iba a mencionar, en el océano Malikian está el tema Kastorium Ragga que me pareció alucinante y tiene algo de Piazzolla, ¿puede ser?
A mí Piazzolla y la música argentina me han impactado mucho, son inspiración en lo que hago. Tuve la suerte de que cuando llegué a España hace veinte años me mezclé con muchos músicos argentinos maravillosos, y pude tomar contacto con ese género. Como músico y compositor hay algo en mí que lleva a Piazzolla y a la música argentina.
Él también fue un gran innovador que tampoco encajaba del todo con el género que trataba, mucho por prejuicio también de sus pares. Tal vez algo muy similar a lo que te sucedió a vos al principio. Aquí el tango de Astor Piazzolla fue -y en parte sigue siendo- muy cuestionado.
Sí. Aunque lo de él fue gigante. Él fue todo un revolucionario. Luchó contra todo lo tradicional. Si no me equivoco muchos lo veían hasta con enojo, no les gustaba lo que hacía. Y por desgracia el verdadero valor de Piazzolla se reconoció después de su muerte.
¿Cuál es el género, de los que interpretás, que más te gusta? Si es que hay uno.
No puedo elegirlo. Me pasa como cuando me preguntan si me siento más armenio que libanés y me siento del mundo. Soy músico y punto.
Sos ciudadano del mundo, decías. ¿Qué extrañas del viejo mundo? Ese que dejamos atrás este año.
La salud. Extraño que nos encontremos con la salud, que es lo más importante. Igualmente en este momento hay otras cosas, como por ejemplo aprender a valorar nuestro planeta; tenemos que cuidarlo más. Hemos aprendido a valorar estar en casa; estar con la familia, con los seres queridos que, antes que viajaba mucho, no podía disfrutar. Cuando volvamos a la normalidad habrá que saber utilizar este aprendizaje.
Esperemos haber aprendido con esto que nos atravesó a todos. ¿Tu día a día cambió?
Totalmente. Igual ahora, de manera diferente, he vuelto a tocar conciertos. De a poco va a recomenzar todo, algún día y con un aprendizaje nuevo.
De momento hacemos aquí conciertos más íntimos, reducidos. Es otra cosa también, en salas más pequeñas el público es más cercano, y eso lo disfrutamos muchísimo.
Por último, ¿qué te gustaría hacer que aún no hayas hecho? Con la música, con la vida, con ambas cosas.
Muchísimo (risas). Uno como profesional jamás debe creer que ya ha hecho todo. No debe haber techo. Lo mismo personalmente. Siempre podemos mejorar. Ser mejores padres, mejores personas, cuidar a los demás, ser más solidarios y respetuosos. Mejorar como personas para poder vivir en una sociedad mejor.
Esta nota se escribió para nuestra revista digital Música Clásica 3.0 del mes de noviembre 2020.
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