Antonio Pappano, el trascendente director de orquesta británico-italiano se presentó por primera vez en Buenos Aires en los ciclos del Mozarteum Argentino. Lo hizo dirigiendo a la Orchestra dell’Accademia Nazionale di Santa Cecilia, la histórica agrupación romana, en dos conciertos memorables en el Colón, que tuvieron una aprobación rotunda tanto del público como de la crítica. Pudimos entrevistarlo durante esa visita y tener sus interesantes opiniones sobre varios temas.
Por Pablo A. Lucioni. Fotografías: Liliana Morsia (Mozarteum Argentino).
¿Cómo se armó el programa de los conciertos para la gira latinoamericana que están haciendo?
Cuando empecé con la orquesta, y un poco buscado por los promotores, se quería trabajar principalmente repertorio italiano, así que en lo que hacíamos abundaban Respighi, Rossini, Verdi… pero eso ha cambiado después de una década. Nuestro mejor momento fue el año pasado cuando tocamos en Dresden la Octava Sinfonía de Bruckner, que también hicimos en Viena, donde nos presentamos con Mahler inclusive, tocamos Saint-Saëns en París, Schuman en Alemania, la Sinfonía Alpina de Strauss en Japón… Hoy en día somos una orquesta verdaderamente internacional, lo que es muy importante para mí.
Estoy muy contento con el programa porque es la primera vez que vengo acá, a un lugar tan especial como el Colón, que significa tanto para los italianos. Y como es un teatro de ópera teníamos que volver un poco a nuestras raíces, y por eso es que los programas empiezan con las oberturas de La forza del destino y Luisa Miller de Verdi. Nuestros bises normalmente son operísticos también, porque sabemos que el público espera algo así de nosotros. Del resto de las obras, el año pasado programamos Tchaikovsky en Roma en uno de nuestros abonos e hicimos una gira por Alemania con esta pieza que adoro y que se toca poco por su complejidad: la Sinfonía con órgano de Saint-Saëns. Entonces en el programa traemos dos piezas que están en nuestro repertorio regular pero también dos obras muy diferentes que muestran las distintas facetas de nuestra orquesta.
También creemos que es importante presentar a un solista italiano porque es algo que no se da tanto, y Beatrice Rana quién grabó ya con nosotros el Tchaikovsky No. 1 y el Concierto No. 2 de Prokófiev, es la persona perfecta. Joven, pero muy formada y madura, a ella también le viene muy bien una experiencia internacional así.
Pero entonces, ¿cuando van a tocar a la cuna de algún compositor tienen que demostrar que están a la altura, digamos?
Aunque ciertamente es un desafío, y uno va a ser juzgado, yo no lo pienso en el sentido de estar a la altura o no. Siempre me pregunto qué nos hace especiales, y considero que tenemos que ser capaces de reinventarnos a nosotros mismos y tener un alma de camaleón. Es claro que Italia no tiene esa gran tradición de música sinfónica como existe en otras naciones de Europa central principalmente, pero sí tenemos en nuestro ADN el canto y el melodrama, que fluyen con nuestra sangre.
Cuando me hice cargo de la orquesta en 2005, el nivel técnico ya era alto porque Bernard Haitink había hecho un trabajo fantástico. Pero yo pensaba que la orquesta podía ser más italiana todavía, que no teníamos que tener miedo de lo que somos, y para eso programé regularmente varias óperas. Si bien ya hacían un título cada año, era frecuentemente Strauss, Wagner o las cosas grandes con mucho espíritu sinfónico. Yo empecé a elegir un repertorio más italiano-francés: Un ballo in maschera, La Rondine, Aida, Il prigioniero… Así esta orquesta entendió mejor cuáles eran sus orígenes, que en definitiva son del teatro musical, de la lírica; y cuanto más ellos pudieron entender eso, más me fueron comprendiendo a mí, porque yo vengo de ese mundo, y así hemos logrado avanzar mucho. Y conocer la esencia es tan importante que al asumirla, los hace incluso tocar otras músicas mejor.
También los desafié a tocar la mayor cantidad de música contemporánea que pudiéramos, y compositores conocidos que se hacían poco. Por ejemplo Sibelius en Italia no era realmente tocado excepto por el Concierto para Violín, y lo trabajamos bastante, pasamos a hacer regularmente Bruckner, que también era raro, fuimos dedicándonos más a Bach que no es tan común para una orquesta sinfónica, hicimos cosas fantásticas como el Magnificat… Para mí lo importante es que el horizonte de la orquesta se amplió significativamente.
Y con esta italianidad distintiva, porque es claro que ellos no suenan como una orquesta alemana, ni como una inglesa, ni como una francesa. Al punto que cuando tocan repertorio ruso o repertorio francés suenan idiomáticos, en estilo, pero aún tienen un “no sé qué” que es muy de nuestra cultura. Siempre será mejor sonar genuino y firme en cómo es uno que hacer esfuerzo por parecerse sonoramente a una orquesta consagrada en tal o cual repertorio.
Sus raíces culturales son una combinación amplia de familia italiana, cuna inglesa, adolescencia norteamericana… ¿esa identidad múltiple lo volvió tan ecléctico?
Yo traté en toda mi carrera de ser variado, nunca quise verme como un especialista. Me atraen cosas muy diversas, y me gusta ser bueno en distintas áreas, aunque por supuesto sé que técnicamente es imposible serlo en todo, pero me esfuerzo mucho en aquello que me propongo. Amo los idiomas, el color del lenguaje, el color de la música y las diferentes posibilidades que da cada uno. Los diferentes lenguajes tienen tiempos diversos, pulsos internos no coincidentes, un formato particular en que afectan a la música. Gané mucho de este entendimiento en los seis años que trabajé como asistente de Daniel Barenboim, en Bayreuth…
Soy curioso también acerca de otros temas, y eso es importante para un director. Pienso que los músicos tenemos que desarrollarnos culturalmente en sentido amplio, y buscar a partir de eso nuevas avenidas de expresión. La tradición es extremadamente importante, y de hecho la tradición italiana tiene referencias muy bellas y significativas, pero hay mucho más en el mundo que sólo eso. Yo deseo que mis dos orquestas, Covent Garden y Santa Cecilia sean musicalmente políglotas, y con el trabajo a través del tiempo hoy realmente creo que lo son.
Covent Garden se ha convertido en un maravilloso y flexible instrumento, tan musical, tan teatral, ellos entienden muy bien el pulso dramático. Mi orquesta italiana también se está desarrollando tanto en esa curiosidad dramática, se ha vuelto un instrumento muy maleable y responsivo, con hermoso color. También la institución creció, hacemos tours, grabaciones, tenemos un nuevo hogar en el Auditorium Parco della Musica, el cual ya cumplió quince años… Hemos tenido muy buena química con la Santa Cecilia, en este tiempo tuve la suerte de elegir no menos de treinta instrumentistas nuevos para la orquesta, con quienes trabajamos y crecemos juntos, disfrutamos de conocer ciudades como Buenos Aires… Es maravilloso.
Yo había conducido muy poco en Italia cuando llegué a Roma, así que esta actividad me permitió reconectarme con el pasado de mi familia y mis raíces. Un cambio grande pero muy bueno. Si decía que los miembros de la orquesta con el trabajo están sabiendo quiénes son, ahora yo también sé más quién soy; tomó tiempo, pero estoy muy conforme con haber completado mi identidad.
Alguna vez en el mismo hotel donde estamos haciendo esta entrevista, Riccardo Chailly dijo que como la ópera era el arte del compromiso, era realmente difícil alcanzar el ideal artístico en la lírica, y en ese sentido la dirección sinfónica daba muchas más satisfacciones. ¿Qué opina en cuanto a eso?
Sí, estoy de acuerdo con esa forma de pensar de Riccardo. Desde mi perspectiva diría que durante una sinfonía somos solo el director, los músicos y la audiencia: es como mirarse en un espejo. No hay ayuda, no hay palabras, no hay vestuario, no hay luces, no hay cantantes, no hay “espectáculo”, sólo hay música. La experiencia con una orquesta es mucho más pura, uno puede concentrarse en comunicar lo que la obra tiene como mensaje musical, aquello que uno interpreta que quiere decir, y llevarlo a sonido, sin mayores interferencias.
La ópera tiene otra cosa, aun cuando la responsabilidad de uno sea musical, siempre va a estar condicionada y de alguna forma determinada por factores extra-musicales. Y justamente por eso, también la potencialidad que tiene de transmitir sentimientos humanos es tan grande. Pero aunque sea más difícil que todo se dé como idealmente uno querría, el vértigo de la ópera es irremplazable.
Cuando alguien está en una posición tan expuesta en el mundo institucional de la música, ¿la responsabilidad de ser una personalidad cultural no lo aparta de su actividad pura como músico?
Mi esposa y yo juntos hemos conocido tanta gente maravillosa por la profesión y la difusión de la actividad de estas instituciones, tantos sponsors que aman la música, que son realmente apasionados por ella, y muchos se han convertido en nuestros amigos con el tiempo. Soy muy realista, creo que ser un artista serio demanda un gran sacrificio, para estudiar, para poder dirigir un repertorio variado y con buen nivel hay que esforzarse muchísimo y consagrarse en alguna medida a esto, pero qué existencia que uno recibe a cambio, qué privilegiado se es gracias a eso…
Como todo en la vida requiere encontrar un balance. No habría que colapsar tratando de hacer demasiadas cosas, e inevitablemente uno tiene que aceptar que necesita mucha ayuda de su entorno. Tengo la tendencia a querer hacer todo yo mismo, soy obsesivo, pero amo lo que hago, me siento impulsado a seguir, y a medida que me vuelvo viejo aprendo a hacerlo mejor.
Hacer giras demanda mucho esfuerzo, dar entrevistas, generar nuevos vínculos como los que estamos armando con Brasil y Argentina… Pero eso también da muchas satisfacciones. Yo soy curioso con las diferentes audiencias, porque las que conocemos en los tours son completamente diferentes de la romana. Siempre quiero ver qué efecto tenemos en el público, si logramos comunicarnos. Y es una prueba, un gran riesgo, nunca se toca desde un lugar seguro, pero cuando veo en el público que uno llegó, que hizo contacto y comunicó lo que quería, es una satisfacción increíble.
¿Cómo ve el futuro de la ópera y los conciertos sinfónicos? ¿Es optimista?
Yo me considero personalmente muy afortunado porque con Covent Garden tengo una fabulosa casa de ópera en el lugar exacto, con el tamaño exacto, en la ciudad exacta, con mucha gente que trabaja conmigo muy bien. Diría sin embargo que estéticamente es muy difícil hacer ópera con formato novedoso en Londres. La ciudad siempre fue tradicional y el público muy musical, orientado más al oído que a la vista, simultáneamente con un formato de teatro en prosa que también lleva a lo conservador. Al querer tratar de renovar el aspecto visual de la ópera muchas veces uno se mete en problemas, porque se vuelve difícil comunicar algo nuevo, especialmente si la gente se resiste por su propia estética, y esto es particularmente visible en Londres.
En Alemania se espera del director escénico que haga algo completamente nuevo en lo conceptual, que hasta podría no contar la historia ni aportar a la narrativa de la obra, sino ser más una expresión subjetiva del réggiseur. La gente inglesa no reacciona bien a eso, necesita un desarrollo que tenga sentido y sea entendible. Y yo entiendo que este tema es uno de los grandes desafíos para el futuro. La innovación parece necesaria, pero ¿hasta dónde deberá llegar?
Siempre pienso inclusive en función de la estética retrospectiva que el mismo Verdi planteaba, cómo se puede llevar adelante el legado del melodrama sin traicionar su espíritu y contradecir a la tradición. Es una problemática estética muy compleja. El teatro musical en vivo es excitante de por sí, por lo que creo que la ópera va a vivir con salud. Tenemos un montón de gente que es muy apasionada, así que soy optimista.
Con la música sinfónica me parece que va a ser más difícil, probablemente porque se considera que no tiene los elementos visuales que en la cultura de masas hoy parecen dominar. Sin embargo un concierto de una gran orquesta es una experiencia naturalmente muy física. Ver a una orquesta que está involucrada con lo que hace, si se logra que la audiencia tenga un buen contacto visual con eso, termina siendo casi una performance, por las acciones de los solistas, instrumentistas y director, el despliegue de energía…
El gran problema de base actual es que pocos países incluyen la música en la escuela. No estoy diciendo que todos deberían estudiar para convertirse en un nuevo Mozart, pero al menos tendrían que tener un poco de conocimiento de qué es la música clásica y saber también de todos los otros géneros aparte del pop y aquellas expresiones que más presencia tienen y que la mayoría conoce. Y aun del pop sería bueno que tengan conocimiento musical, saber de tendencias, de historia, no sólo que fueran oyentes pasivos. Los más chicos que nacieron ayer, para cuando crezcan, la mayoría no va a saber quién fue Prince por ejemplo.
Saber qué fue pasando en la historia de la música suele estar muy relacionado con lo que pasaba en cada momento en la sociedad, así que le abriría mucho entendimiento a los jóvenes tener una formación en ese sentido. Creo que podrían lograrse cosas muy buenas educativamente, pero también soy realista y estoy preocupado porque hay gobiernos que consideran que el arte y la educación de calidad son un lujo, y eso va a limitar a las próximas generaciones.
Y relacionado también con la actualidad, ¿cómo afecta la disponibilidad de contenidos en internet tanto legales como no, YouTube… la actividad de los músicos?
Creo que a los músicos, como a cualquiera, les gusta que les paguen por su trabajo, y dudo que alguien pueda decir que no sea justo, porque tienen que vivir de algo obviamente. Simultáneamente creo que los intérpretes y creadores le prestan un servicio a la sociedad, le dan emoción, entretenimiento, y la enriquecen. En este mundo materialista tendemos a pensar que el éxito solamente es monetario, pero también debería ser cuando un hecho artístico le cambia la vida a alguien por ejemplo, ¿eso no es una manifestación de éxito rotundo?
Creo también que todos nosotros, cada músico mismo ha usado YouTube para escuchar alguna vez algo del pasado, para estudiar cómo se toca una obra, comparar versiones… Sabemos que hay increíbles films de los grandes directores, cantantes, solistas, bailarines… Pero lo que no me gusta es que alguien sentado en un concierto, secretamente con un teléfono celular grabe algo y después lo suba burdamente a la red, inclusive mientras ese mismo espectáculo todavía tiene funciones, perjudicando que algún posible espectador vaya a verlo en vivo. Así se termina bastardeando el esfuerzo que implica poner espectáculos que requieren talento, dedicación y dinero.
Pero cuando estos medios se usan con respeto, de material que ya es de dominio público y demás, creo que son una herramienta poderosísima para el conocimiento, la difusión, y para la música misma.
© Pablo A. Lucioni