La actividad sinfónica en nuestra ciudad es muy intensa y trato de cubrirla en su mayor parte, sólo descartando aquellos conciertos que me parecen mal programados o que chocan con otros eventos que me parecen prioritarios. En este largo artículo me pondré al día hasta el 22 de Noviembre. Lo haré ordenando el material por la sala utilizada y cronológicamente, e incluiré también orquestas de cámara.
TEATRO COLÓN
El Domingo 17 de Septiembre a las 11 ocurrió un evento importante: la celebración del cincuentenario de nuestra más valiosa orquesta de cámara, la Camerata Bariloche. Llega intacta en su calidad en esta etapa en la cual su concertino es el chileno Freddy Varela Montero (también concertino de la Estable del Colón). Para los que somos veteranos, cuántas reminiscencias de las etapas de Lysy, Khayat o Hasaj, y cuánto placer auditivo en centenares de horas que uno los ha escuchado.
En la primera parte ofrecieron la asombrosa Sinfonía Nº10 para cuerdas de Mendelssohn, escrita en su primera adolescencia, y el Concierto para violín y oboe de Johann Sebastian Bach, donde se lucieron Varela Montero y el miembro fundador Andrés Spiller, que sigue tocando impecablemente a los 70 años. Y en la segunda, el “Souvenir de Florence” de Tchaikovsky, originariamente sexteto, en la versión de orquesta de cuerdas reforzada por el aditamento de contrabajos; las dos suenan bellamente, es una de sus obras más gratas, melódicas y líricas. La pieza extra fue el primer movimiento del Concierto para cuatro violines de “L´Estro Armonico” de Vivaldi, con Varela Montero, Medina, Roca y Sangiorgio. El perfecto ajuste, el estilo, el buen gusto, volvieron a demostrar que la Camerata es un conjunto de calidad internacional.
La Orchestre National du Capitole de Toulouse es la mejor en Francia fuera de París, como quedó demostrado cuando en 1990 nos visitó invitada por el Mozarteum dirigida por el notable Michel Plasson. Luego en 1912 retornó con su nuevo director, el siberiano Tugan Sokhiev, y ahora nos hizo una tercera visita, tocando en el Colón para el Mozarteum el 23 y el 25 de Octubre, en ambos casos con el notable pianista Bertrand Chamayou, también apreciado aquí en anterior visita. Como es natural dada su nacionalidad, el director es afín al repertorio ruso, pero también asimiló el espíritu francés; de ambos orígenes fueron los compositores elegidos en dos programas distintos. La orquesta es grande, en esta gira vinieron 99 ejecutantes pero son 125.
La carrera de Sokhiev es en la actualidad muy intensa, ya que también fue nombrado Director musical de la famosa Deutsches Symphonie-Orchester Berlin y Director Musical y Principal del Bolshoi de Moscú. Sokhiev ya en 2005 fue designado principal Director Invitado y Consejero Artístico de la orquesta de Toulouse; en 2008 lo nombraron Director musical, de modo que su asociación ya es larga y se advirtió en la interrelación del director con su orquesta, muy profesional y cordial. Una anécdota mía: teniendo yo diez años mi madre me llevó en un inolvidable viaje de París al País Vasco francés, a los Pirineos, Toulouse, la Provence, Côte d´Azur y vía Grenoble y Lyon, de vuelta a París. Ya entonces me gustó Toulouse, gran ciudad histórica. Recién en 2009 pude revisitar muchos de esos sitios, esta vez con mi mujer, profesora de Historia del Arte, entre ellos Toulouse; naturalmente le dimos prioridad a esa maravilla que es la basílica románica Saint Sernin, pero luego caminamos hasta el Capitole, que yo tenía particular interés en conocer por las visitas de la Orquesta y las grabaciones de Offenbach por Plasson. El Teatro está pegado al Ayuntamiento y ambos dan sobre la Plaza del Capitolio. Eran las cuatro de la tarde; me acerco al teatro y constato que estaban dando en ese mismo momento “La Bohème” dirigida por Sokhiev…
El primer programa se inició con la más famosa obertura de Berlioz: “El Carnaval romano”, basada sobre la similar escena en “Benvenuto Cellini”; más allá de que hubiera preferido alguna de las varias muy valiosas que no se tocan en Buenos Aires (“Waverley”, “Rey Lear”, p.ej.), la brillantez y el ajuste de la versión no dejaron dudas del alto nivel de orquesta y director. Luego, algo muy raramente tocado aquí y muy bienvenido: el Quinto y último de los Conciertos para piano de Camille Saint-Saëns, gran pianista además de compositor. Y un entusiasta de los países árabes que dan al Mediterráneo: no sólo el Concierto, llamado “Egipcio”, sino la Suite Argelina o la famosa Bacanal de “Sansón y Dalila” reflejan su conocimiento de esa zona. El Quinto fue escrito en 1896 en Luxor, 21 años más tarde del Cuarto y a 28 del único famoso, el Segundo (1858). Es de una dificultad trascendental y de una factura muy hábil en los dos movimientos extremos, y de marcado carácter medio-oriental en el lento, con una melodía muy árabe y otra pentatónica. Otra anécdota: escuché este concierto en Haifa, Israel, con Pnina Salzman, seis meses antes de la Guerra de los seis días con los árabes, incluso Egipto…No es el Quinto una obra profunda pero se la escucha con placer si está en las manos adecuadas, las de Chamayou, un artista que sabe unir el virtuosismo a una musicalidad sensitiva. Y esto último quedó en mayor evidencia en la pieza agregada, una versión perfecta de la “Pavana para una infanta difunta” de Ravel. El Concierto había sido muy bien acompañado por la orquesta.
Y luego, la lozana madurez del mejor Rimsky-Korsakov en ese prodigio de orquestación y ricas ideas que es “Schéhérazade”. Aquí, aparte del excelente trabajo de la violinista Geneviève Laurenceau, pudo apreciarse cabalmente la personalidad del director que supo frasear con buen gusto las partes más sensuales, darle al Sultán su contundente maldad, llegar al máximo júbilo en el Festival en Bagdad y alcanzar un impresionante climax al estrellarse el barco contra el acantilado. Sólo con una orquesta que reúne muy sólido profesionalismo con calidez, sentido del color, unidad y sorprendente exactitud en los numerosos solos puede lograrse una gran versión, y ésta lo fue. Las dos piezas fuera de programa añadieron alegría: el “Trepak” de “Cascanueces” de Tchaikovsky y la primera parte del Preludio al Primer Acto de “Carmen” de Bizet.
Lamenté que el segundo concierto se iniciara con una de las obras más débiles de Shostakovich, la “Obertura festiva”, banal y ruidosa, por bien tocada que esté. Hubiera sido mejor alguna mordaz pieza del autor, como la polka de “La edad de oro”. Pero en cambio el Concierto para piano, trompeta y cuerdas es notable, incorporando citas varias a un discurso musical siempre irónico e inconfundible. La versión de Chamayou, complementado por el gran talento de la adolescente Lucienne Renaudin Vary, colocada al lado del pianista como lo pedía el compositor, y por las cuerdas afinadas y unitarias de la orquesta, nos dieron una versión de calidad comparable a la de Argerich con el solista de trompeta de la WEDO y Barenboim meses atrás. El refinamiento y fuerte personalidad de la trompetista y la ejecución rítmica de Chamayou, más de acuerdo a lo marcado en la partitura que los arranques de Argerich, nos dieron una versión con garra y humorismo. Los solistas agregaron una canción de Shostakovich (no sé si original para la combinación) nostálgica y con un dejo folklorizante.
La Segunda Parte fue magnífica. Dos obras maestras muy conocidas fueron tocadas con tanta sutileza y penetración que no hubo lugar a objeción alguna: “La Mer” de Debussy y la Suite (versión 1919) de “El Pájaro de fuego” de Stravinsky lograron con estos artistas y su director sonar frescas y renovadas. La primera pieza fuera de programa añadió al encanto del final del ballet stravinskiano: ese “Jardín feérico” con el que culmina la suite “Ma Mère l´Oye” de Ravel es una de las delicias del mejor impresionismo y debe sonar como se oyó, con un caleidoscopio de notas coloridas y transparentes. Y luego, nuevamente la parte inicial del Preludio al Primer Acto de “Carmen”. Una visita que quedará como un punto culminante de la temporada.
El 26 de Octubre nuestra Filarmónica con Diemecke se lució en una gran obra de Richard Strauss, con quien el director tiene notoria afinidad: “Una vida de héroe”; más allá de su molesto narcisismo, es un prodigio de orquestación y de emocionantes ideas. La orquesta rindió muy bien, Diemeecke estuvo en su mejor nivel, y tuvimos el privilegio de magníficos solos de violín por Pablo Saraví, justamente homenajeado por cumplir 30 años de concertino. La Primera Parte no estuvo tan lograda: Elena Bashkirova, casada con Barenboim, es una buena pianista rusa que ha venido con frecuencia, a veces haciendo música de cámara. El programa anual la anunciaba tocando el Segundo Concierto de Bartók, pero tocó el Tercero, lo cual no me molestó, ya que admiro a los dos, muy diferentes entre sí: el 2 es muy difícil para la orquesta y necesita por parte del pianista una pulsación poderosa y un ritmo inexorable; el 3 es bastante más liviano y lírico, con sus momentos mágicos como la música acuática de mediados del movimiento lento. Escribía recién sobre afinidad en cuanto a Diemecke con Strauss, pero no creo que la tenga con Bartók: en el trabajo orquestal faltó exactitud y diafanidad. El Concierto quedó casi terminado a la muerte del compositor, y su discípulo Tibor Serly sólo agregó 18 compases de coda bien realizados. Sentí a Bashkirova cumpliendo un deber profesional con su técnica indudable, pero sin la sutileza que pianistas como Monique Haas supieron darle a este Bartók otoñal tan atrayente.
También hubo cambios en el siguiente concierto de abono (el Nº 14) de la Filarmónica: el director Leos Svarovsky fue suplantado por Vladimir Verbitsky, pero se respetó la programación, aunque no el orden, ya que el Preludio y Toccata de José María Castro precedió a “Harmonies du soir” (“Armonías de la tarde”) de Eugène Ysaÿe, cuando estaban al revés en el programa de mano…¡y nadie lo anunció, grave falla! Ambas obras tiene una particularidad poco común: están escritas para cuarteto de cuerdas y orquesta de cuerdas, a diferencia de la Introducción y Allegro de Elgar, para cuarteto y orquesta completa. Fue grato volver a escuchar el neoclasicismo de José María Castro en esta obra de 1949, sobre todo la contrapuntística Toccata. No conocía el atmosférico y fino poema de Ysaÿe, escrito entre 1922 y 1924; es bastante extenso, casi 14 minutos. Hay que agradecer que ambas partituras se programasen y permitieran que el notable Cuarteto Gianneo pudiera imbricarse con la Filarmónica; una rara ocasión en la que dos admirables concertinos, Luis Roggero de la Sinfónica Nacional, y Saraví, estuvieran tocando juntos, aunque el segundo violín, Sebastián Masci, es de la Firamónica. Y también el violoncelo, Matías Villafañe (que en la nómina de la orquesta aparece agregando De Marinis). Completa el cuarteto el violista Julio Domínguez. Los cuatro dan gran cantidad de conciertos anualmente y son uno de los dos mejores cuartetos argentinos (el otro por supuesto es el Petrus, cuyo primer violín es Saraví). Bien acompañados por el director y las cuerdas de la Filarmónica, los cuatro tocaron con la solvencia y honestidad invariables de todos sus conciertos. Fue simpática y ocurrente la pieza extra: el “Gato al estilo popular” de Emilio Napolitano.
Como se leerá más abajo, la impresionante Sinfonía Nº 11 de Shostakovich había sido tocada con asombrosa calidad por la Orquesta del Teatro Argentino semanas antes, y es una verdadera rareza que también la haya programado la Filarmónica, pero ya estuvo anunciada en el folleto anual y tuvimos el privilegio de la presencia de Verbitsky, discípulo del gran Mravinsky que la había estrenado con la Filarmónica de Leningrado. Verbitsky no tiene la culpa de llevar un apellido que me es antipático (disculpen el exabrupto pero Don Horacio me cae mal); es un hombre maduro con una distinguida carrera de cinco décadas. Es Director Principal y Musical de la Filarmónica de Vorónezh desde nada menos que 1972 (¿un record en la actualidad?), gran ciudad de un millón de habitantes al Sur de Moscú y cercana al Río Don; también está vinculado desde hace treinta años con la Orquesta Sinfónica de Australia Occidental. La Undécima de Shostakovich dura casi una hora y evoca en cuatro movimientos tocados sin interrupción la Revolución de Febrero de 1905, que fue un preanuncio de la de 1917 y fue sofocada por las tropas del Zar. El Adagio inicial nos da un gélido y ominoso preanuncio de la tragedia; sigue un terrible Allegro describiendo la masacre; luego otro Adagio (Eterna Memoria), fúnebre; y finalmente, “Campana de alarma”, un angustioso y tremendo canto que quiere ser la afirmación revolucionaria. Nadie como Shostakovich logra cuadros sonoros de tal intensidad y violencia; no hay que olvidar que él consideraba a Stalin un dictador monstruoso pero en cambio creía en el comunismo y en Lenin. No es necesario participar de sus creencias para quedarse conmovido con su mensaje musical. Con la dirección admirable de Verbitsky, que demostró haber absorbido cabalmente las enseñanzas de su maestro, y una Filarmónica concentrada y cooperativa, se tuvo una gran experiencia sinfónica impregnada de tensión.
El jueves 16 de Octubre tuve orquesta doble: a las 17 la Orquesta Académica del Instituto Superior de Arte afrontó las temibles dificultades de la Tercera Sinfonía de Aaron Copland con la dirección de Glenn Block, y a las 20 la Filarmónica dio su concierto Nº 15 con un nuevo cambio de director pero manteniendo el programa: en vez de Diemecke tuvimos en el podio al brasileño Carlos Prazeres. Conocí la Tercera de Copland hacia mis veinte años cuando compré la estupenda grabación de Dorati con la Orquesta de Minneapolis en uno de esos increíbles Mercury de la década del 50 donde grababan con un solo micrófono Telefunken estratégicamente colocado encima de la orquesta y el resultado era superlativo. Quedé muy impresionado entonces y la escuché muy seguido, entusiasmado por la riqueza de texturas, la imponente técnica y su carácter tan específicamente estadounidense pese a evitar cualquier folklorismo. Me parecía y me parece la mejor sinfonía escrita en ese país. Si no lo recuerdo mal, Copland la dirigió cuando vino aquí. Y estuve presente cuando Muti la dirigió con la Orquesta de Filadelfia, menos excitante que la versión de Dorati pero magnífica. Ahora la obra faltaba aquí desde hace demasiado tiempo y no la quise perder. Block es un típico director especializado en conjuntos juveniles y ya vino antes; está ligado a las juveniles de Kansas City y de Illinois. Hubo errores, algunos graves (las trompas al inicio del segundo movimiento) pero se logró una versión aceptable, lo cual ya es mucho para una orquesta formativa como la del Instituto: esta sinfonía es un desafío para un organismo profesional. Y Block la conoce bien. Presentada por Varacalli Costas de modo claro y útil, hubo un error de concepto al interrumpir la sinfonía después del segundo movimiento para mencionar a aquellos ejecutantes que habían terminado su curso; eso había que hacerlo antes del inicio. La pieza extra fue con Block de showman: el intrincado Mambo de “West Side Story” de Bernstein tocado con infeccioso entusiasmo y bailando los jóvenes como la Bolívar de Dudamel.
Peter Donohoe tiene ahora 65 años y los parece; este robusto artista es uno de los mejores pianistas del mundo y lo ha demostrado en numerosas visitas anteriores, como el hito de haber estrenado aquí el inmenso Concierto para piano de Busoni. Le gustan los desafíos y el Segundo concierto de Tchaikovsky, aún más difícil y extenso que el Primero, fue resuelto por él con un virtuosismo masivo y asombroso. La obra se da poco, pero recuerdo una magnífica versión de Sylvia Kersenbaum, que lo grabó hace varias décadas. Por suerte ahora no se hizo la versión Siloti, que modificaba el segundo movimiento, eliminando esos bellos pasajes en donde no sólo el piano canta sino también el concertino y el violoncelo; por unos minutos es un Triple Concierto, y aquí se valorizó con espléndidos trabajos de Saraví y Carlos Nozzi. No quita que sea una partitura excesiva, con torrentes de oropel innecesario en los movimientos extremos, pero como contraparte también hay momentos muy expresivos e inconfundibles: llevan la marca única de su autor. Carlos Prazeres es joven (nació en 1974); actualmente se desempeña como Director artístico de la Orquesta Sinfónica de Bahía y director invitado principal de la Orquesta Petrobras sinfónica (OPES) de Rio de Janeiro. Discípulo de Karabtchevsky en dirección, también se graduó como oboísta y en ese carácter hizo un curso de posgrado en la Orquesta Filarmónica de Berlín/Fundación Karajan. Según su biografía también dirigió antes nuestra Filarmónica, pero yo no asistí. Debo decir que esta vez no empezó bien: los primeros minutos sonaron violentos y desajustados; pero luego fue encontrando un mejor control y a partir del movimiento lento las cosas funcionaron mejor. Donohoe fue muy aplaudido y ofreció dos piezas rusas, curiosamente unidas: la simpática troika de “Las estaciones” de Tchaikovsky, y desplegando su sutileza de intérprete, el poético Preludio Op.23 Nº4 de Rachmaninov.
Cuando leí el folleto anual me alegré de leer que se estrenaría la Sinfonía Nº7, “Antártica”, de Ralph Vaughan Williams, el más importante sinfonista inglés y un creador que admiro mucho (influí para que se estrenara la magnífica Cuarta, denostada en La Nación…); para mí es el estreno más valioso del año. Y cuando supe del cambio de director me extrañó que Prazeres la dirigiera, ya que VW es poco ejecutado en Sudamérica; ignoro si la tenía en repertorio o si la aprendió para la ocasión. El hecho es que allí sí pudo comprobarse que es un director de buena preparación y supo enseñarle la música a la Filarmónica dentro de pautas de estilo bastante correctas. Salvo la Segunda (“Londres”), la más accesible y brillante, que se ha dado al menos dos veces, es raro que VW aparezca; de sus nueve sinfonías, todavía se espera el estreno de la Primera (Del Mar, con solistas y coro; le gusta a Diemecke, alguna vez la mencionó como obra que querría hacer aquí), la Tercera (Pastoral) y la Novena; la extraordinaria Sexta sólo la dio Sargent hace unas seis décadas ; la Quinta, la Hallé con Barbirolli; la Octava, la Estudiantil con Zalcman. La Séptima se basa en la música de VW para una gran película, “Scott of the Antarctic” con John Mills, admirable filmación de los Estudios Ealing de 1949 que se dio en Buenos Aires unos años después y deslumbró al niño cinéfilo que yo era entonces. Fue mi primer contacto con la música de VW, y hacia 1960 compré la magnífica grabación de Sir Adrian Boult, con los fragmentos seleccionados por el compositor para ser dichos (optativo) antes de cada movimiento interpretados por Sir John Gielgud; se convirtió para mí en un disco favorito y lo escuché muchas veces, pero experimentarlo en vivo es otro nivel de emoción y de acústica. Si bien la versión del Colón elimina los textos, el programa de mano inteligentemente los incluye. Son de “Prometeo Liberado” de Shelley, del Salmo 104, de Samuel Taylor Coleridge, de John Donne y del mismo Scott: “No me arrepiento de este viaje; asumimos riesgos y lo sabíamos. Las cosas resultaron en nuestra contra. Por tanto no tenemos razones para quejarnos”. Horas después moría, como todos los de su expedición: conquistaron el Polo Sur 34 días después que Roald Amundsen, a principios de 1912, pero no pudieron volver a su país. La Sinfonía consta de cinco movimientos; el primero, Preludio, y el quinto, Epílogo, agregan una soprano y coro femenino vocalizando sin texto; aquí en cambio se usó el Coro de niños del teatro Colón (César Bustamante); conjeturo que fue porque los horarios de ensayo del Coro femenino no congenian con los de la Filarmónica (viejo problema nunca solucionado) pero en verdad el timbre que quería VW no era de niños: es un ulular suave que se une a la máquina de vientos y que se desvanece en el espacio, como también ocurre en “Los Planetas” de Holst. La niña solista tiene un bello timbre pero cantó demasiado fuerte. Y quizás el coro deba cantar fuera del escenario. El Preludio y Epílogo son intensos y dramáticos, alternando la lucha contra la naturaleza con el desafío optimista del hombre, con el peculiar uso modal de la armonía y la siempre original orquestación de VW. El Segundo, Scherzo, es el viaje hacia la Antártida, retozando ballenas y pingüinos. El tercero, Paisaje, evoca de manera muy vívida el extraordinario impacto de la geografía antártica y se basa en la música que en el film acompaña la vista del glaciar Beardmore; su climax llega con la irrupción del órgano (colocado en el palco avant-scène izquierdo). El cuarto, Intermezzo, se inicia evocando al amor pero continúa con una elegía fúnebre. La versión fue honorable; sin llegar a dar la plena dimensión del relato musical no lo distorsionó y fue bastante bien tocado.
Quiero agregar aquí que la escuela británica es valiosa y se conoce muy poco aquí. No sólo hay que recuperar obras importantes que se han dado alguna vez, refiriéndome sólo a sinfonías, como las dos de Elgar, la primera de Walton o la de Requiem de Britten, sino también estrenar alguna de Parry, Sullivan, Stanford, Bantock, Rubbra y varios más. Es tan desconocida como la nórdica o la de Estados Unidos o buena parte de la rusa.
La Orquesta Estable del Colón da muy pocos conciertos, pese a tener escasa tarea operística. Y en verdad es tan buena como la Filarmónica y se adapta sin problema a la música sinfónica. El 17 de Noviembre ofrecieron un concierto muy positivo con la participación de su concertino Freddy Varela Montero y la presencia del sueco Mika Eichenholz en el podio (su escueta biografía en el elemental programa de mano dice que actuó en Sudamérica sin aclarar si vino a Buenos Aires; en ese caso no me enteré; ¿porqué la Estable no puede contar con comentarios sobre las obras?). No está de más mencionar que recientemente he escuchado llantos de bebe (como esta vez) en varios conciertos en el Colón; parece un triste contagio de la ridícula política del ex Correo, porque la sala es para todos…Son culpables la madre y el padre por su tremendo desubique, pero también el control de sala.
Dos partituras enjundiosas formaron el programa: el Primer Concierto para violín, Op.77, de Shostakovich (este creador está teniendo un gran año en nuestra ciudad) y la estupenda Segunda sinfonía de Sibelius, sin duda la más tocada pero que siempre sorprende; los dos últimos movimientos ligados son una absoluta obra maestra.
Atesoro la primera grabación del muy maduro concierto de Shostakovich, hecha en Estados Unidos por su dedicatario David Oistrakh y ese gran director que fue Dimitri Mitropoulos. La media hora de música nos trae un sutil Nocturno inicial, un sarcástico Scherzo de gran dificultad, una noble Passacaglia y una extensa cadenza que lleva directamente a una Burlesque que sólo podría provenir de esa pluma llena de ironía e imaginación. Varela Montero tocó con dedicación, notable bagaje técnico y seria musicalidad, sin llegar a dar plenamente todos sus significados a la rica música, acompañado con firmeza y conocimiento por Eichenholz y la orquesta.
El director se formó en Helsinki con el gran Jorma Panula. No se consigna si dirige establemente alguna orquesta pero sí que tiene una fuerte relación con la Ópera Estatal de Kazan en Rusia y que frecuentemente dirige las Filarmónicas de Estocolmo y Helsinki, excelentes las dos. A juzgar por la gran versión que dio de la Segunda de Sibelius, Eichenholz interiorizó las lecciones de estilo que le dio Panula y es un distinguido cultor del gran sinfonista finés. Notable la calidad de la Estable y el compromiso con el que afrontó las grandes dificultades de la partitura.
TEATRO COLISEO
El 3 de Octubre Nuova Harmonia presentó a la Orquesta de Cámara de Zurich (¿porqué llamarla en inglés, Zurich Chamber Orchestra? en todo caso, debería ser en alemán) junto con el Trío Suizo (lo mismo: ¿porqué Swiss Piano Trio?). La Orquesta fue fundada en 1945 por Edmond de Stoutz y vino aquí décadas atrás, demostrando que era un muy buen conjunto. En esta gira fue “dirigida” desde su atril de concertino por Willi Zimmermann. Los 32 instrumentistas son suficientes para el repertorio que abordaron: 20 cuerdas, maderas por dos, cornos y trompetas por dos y timbales. Y en verdad tal es la disciplina y la sólida preparación de todos que no se notó la ausencia de director; bastó con mínimos gestos de Zimmermann, pero fue obvio que habían ensayado a fondo y que el concertino tenía asimilado cada detalle de las obras y conoce íntimamente los estilos. El resultado fue óptimo tanto en la obertura de “Coriolano” de Beethoven como en la sinfonía Nº 38, “Praga”, de Mozart; la primera fue abordada con un tempo algo más rápido que el habitual, y teniendo en cuenta que hay notas tenidas largas y grandes silencios, redundó en una captación dramática más fuerte, como corresponde al fuerte relato de este “Coriolano” que no es el de Shakespeare sino el de Heinrich von Collin. Y la “Praga” tuvo todo el equilibrio y claridad necesitados por su complejo contrapunto, es una partitura extraordinaria tan importante como las tres últimas. En medio de estas dos expresiones máximas, estrenaron un bello “Canto” para cuerdas (nueve minutos) del suizo Fabian Müller (nacido en 1946), tonal pero moderno e imaginativo.
El Triple Concierto de Beethoven es casi único en la historia; obra de 1804, nada tiene de las innovaciones de creaciones que la circundan como la Sinfonía “Heroica” o sonatas como la “Waldstein” y la “Appassionata”. En cambio es amable, sin conflictos, y lo aclara el autor, “concertante”, pero también de amplia escala; bien lo calificó Czerny: “grande, tranquilo, animado y armonioso”. Si bien el piano tiende a dominar, violín y violoncelo tienen mucho que tocar y aportar; y los tres dialogan con la orquesta, bastante sonora. Es naturalmente una tentación para los tríos de cámara estables y aquí lo han tocado el Trío de Trieste (1963 y 1970) y el Stern/Rose/Istomin (1970), y más tarde el Beaux Arts, por sólo citar a tres conjuntos legendarios, pero también se han combinados tríos ad-hoc, como en un Festival Argerich (creo que con los hermanos Capuçon) o Barenboim. El Trío Suizo cambió su violoncelista de larga data, Sébastien Singer, por razones de salud, pero se ha integrado muy bien su reemplazante desde el año pasado, Sasha Neustroev. Se fundó en 1998 siendo su pianista Martin Lucas Staub y su violinista Angela Golubeva. Ha venido antes al Coliseo, años atrás. Tal como se los oyó en este concierto fue Staub quien brilló especialmente, con un dominio técnico de firme decisión y un fraseo muy afirmativo; Neustroev tocó con calidad y bello sonido; Golubeva no pasó de una corrección fría, poco involucrada. La Orquesta colaboró muy bien, dando el marco adecuado. La pieza extra fue para divertirse; escrita por Florian Walser, se llama “Tripel Schottisch”, con la danza escrita para trío y orquesta con toda clase de humorismos bien populares.
El 12 de Octubre la Filarmónica de Buenos Aires vino al Coliseo en un concierto fuera de sede dirigido por Mariano Chiacchiarini en un programa francés sin novedades pero grato y donde hubo dos violinistas de la orquesta tocando como solistas: Juan José Raczkowski en el poema de Chausson, y Elías Gurevich en “Tzigane” de Ravel. Al primero le faltó redondez y belleza de sonido para el romanticismo tardío y poético de la música, y Gurevich afrontó la peliaguda escritura raveliana con solvencia, logrando un resultado positivo en una pieza muy ardua. El director habló para el público sobre las obras, ya que el programa de mano “acotado” (su palabra) no daba información. Fue un gusto escuchar las dos suites de “La Arlesiana” (la segunda compilada por Guiraud) ya que son el mejor Bizet y hacía tiempo que no se escuchaban; Chiacchiarini, talentoso argentino con notable carrera europea, las dirigió con tino y buen gusto y la orquesta respondió bien. El concierto finalizó con la obertura de “Orfeo en los infiernos” de Offenbach con su famoso galop que luego llamaron can-can; un final jubiloso y sin vulgaridad.
TEATRO ARGENTINO DE LA PLATA
Lamenté no asistir por tener otro compromiso al concierto del 8 de Octubre con la Orquesta del Argentino en la que Oscar Strasnoy estrenó dos obras suyas pero también incluyó dos partituras magnificas: las Cuatro últimas canciones de Strauss con Carla Filipcic Holm y la Sinfonía en tres movimientos de Stravinsky. Pero sí pude estar en el domingo siguiente, el 15, donde el Director Titular de la Orquesta, Pablo Druker, ofreció dos obras de gran calidad: esa irónica y melódica Suite de “El Teniente Kije” de Prokofiev, y la Sinfonía Nº 11 de Shostakovich, a la que me referí más arriba. Por segunda vez esta temporada, no pudo darse la cantata “Alexander Nevsky” de Prokofiev; meses antes por la torpeza del Ministerio de Cultura Nacional en el concierto de la Sinfónica Nacional TEATRO ARGENTINO DE LA PLATAen el Colón, y ahora por el conflicto gremial del Coro del Argentino con la Provincia (exigen pago adicional si cantan en concierto y no en ópera). Lástima grande ya que es la mejor cantata del siglo XX, pero al menos “Kije” compensó; hace años que no se escuchaba y es un placer apreciar en vivo su humorismo y ternura. Además Druker y la Orquesta, tanto aquí como en la sinfonía, tuvieron un rendimiento admirable y resultaron muy satisfactorios. Por otra parte, éste fue el último concierto en el teatro antes de que entre en refacciones que durarían un año y medio (ojalá no sea más) de modo que me despedí con tristeza de un teatro al que he seguido desde varias décadas atrás y del que fui Director general en su transición en el Rocha en 1998. Les deseo la mejor suerte y espero que encuentren la forma de seguir activos en 2018. Por de pronto Nuova Harmonia anuncia que cerrará su temporada con el estreno de la opereta “Candide” de Bernstein por el equipo del Argentino. Buena noticia. Que haya más.
USINA DEL ARTE
La Filarmónica de Buenos Aires dio un corto programa dedicado a la música de América Latina el 2 de Noviembre, dirigido por el brasileño Evandro Matté, director artístico de la Sinfónica de Porto Alegre. Se formó no sólo en Brasil sino también en Georgia (Estados Unidos) y Bordeaux (Francia). No es fácil llegar a la Usina y esa noche hubo un típico embotellamiento porteño, por lo cual perdí la primera obra, para mí nueva: “Tierra de temporal” del mexicano José Pablo Moncayo, bien conocido por su brillante Huapango; pero fui a You Tube y la pude escuchar: una obra telúrica y reconcentrada, mucho más seria que el Huapango. Luego, la bien conocida “Danza brasileña” (1928) de Mozart Camargo Guarnieri (1907-93). Aunque no lo dice el programa, creo que el Concierto para vibráfono de Ney Rosauro (1952), brasileño, es una primera audición. En tres breves movimientos, es música vivaz, tonal, fluída, grata de escuchar, y estuvo muy bien tocada por Joaquín Pérez, uno de los percusionistas de la Filarmónica, aunque en la nómina figura a cargo de plato (¿platillos?) y bombo. No en vano es discípulo de Ángel Frette. Las otras dos obras son argentinas y muy apreciadas: el notable y amplio “Tangazo” de Piazzolla, una de sus mejores obras, y la Obertura para “El Fausto Criollo” de Ginastera. Matté, que debutaba, me impresionó positivamente: tiene muy sólido control, un sentido rítmico aguzado y afinidad con la música elegida, y la Filarmónica tuvo una muy buena noche.
CCK
El 29 de Septiembre Mariano Chiacchiarini afrontó un arduo desafío, al dirigir a la Sinfónica Nacional en cuatro obras argentinas: dos de ellas en estreno mundial y dos que probablemente se ejecutaron aquí una sola vez. Muy sólido en su técnica e interesado en lo contemporáneo, argentino o extranjero, pero también versátil en su repertorio más habitual, este año fue muy maltratado por el Ministerio de Cultura, que canceló dos giras en las que estaba contratado: la internacional a China y Corea del Sur y una nacional. Luego fue parcialmente compensado, pero este concierto estuvo previsto desde principios de año. Como los programas de mano del ex Correo son un desastre y jamás incluyen comentarios, le explicó al público algunos lineamientos del material a escuchar.
“Distantes”, de José Luis Garabito, ganó el Primer Premio del Concurso Público Nacional de Composición Orquesta Sinfónica Nacional 2016, y lamento decir que si éste fue el premio, me entristece el nivel de los trabajos presentados. Encontré a esta música hermética, hostil, sin elementos atrayentes. “Libera me”, de Osías Wilenski, es ecléctica y extensa; el autor fue pianista y compositor de vanguardia hace varias décadas y luego dejó de crear durante largo tiempo y pasó a vivir en Europa. El programa ni siquiera traduce los títulos en inglés de las ocho partes, de modo que yo lo haré: Nacimiento, Primer Misterio, Lucha, Segundo Misterio, Más lucha, Frenesí danzado, Solo y Elevándose. Dejando de lado la fría construcción técnica de su juventud, aquí Wilenski opta por la variedad de estilos extrovertidos y exuberantes, a veces excesivos, con una orquestación compleja; si bien no le sentí unidad, me interesaron varios fragmentos. He escuchado varias obras de Guillo Espel en las que logra una fusión crossover bastante eficaz entre el folklore y la técnica académica, pero esta vez “Una confiable irreverencia” (el otro estreno mundial) careció de sentido orgánico; deja de lado por una vez lo folklorizante pero el material parece indeciso y sin meta. Lo más valioso me resultó la obra que cerró el programa: “Lignes de fuite” (“Líneas de huida”) de Martín Matalón, conocido aquí especialmente por la música que escribió para “Metropolis” de Fritz Lang. El compositor vive en Europa y la tensión de esa zona parece transmitirse a sus ideas y desarrollos en música difícil pero coherente y poderosa, muy bien orquestada y llena de sorpresas. La Sinfónica colaboró concentradamente con el director y aunque no tuve partituras diría que lograron ser fieles a los materiales que debían transmitir.
El 6 de Octubre la Sinfónica estuvo dirigida por el maestro israelí Yoav Talmi, reemplazando al antes anunciado Stefan Lano; conjeturo que como fue víctima del Ministerio y no cobró un concierto de hace ya dos años no aceptó el riesgo de que le pase lo mismo (así se quedarán sin directores extranjeros valiosos). Salvo la Sinfonía española con Shlomo Mintz, el programa se cambió: en vez de la Segunda sinfonía de Rachmaninov, antes de Lalo la Obertura de “El Príncipe Igor”, de Borodin con orquestación y aditamentos de Rimsky-Korsakov, Glazunov y Maximilian Steinberg, y después del intervalo, la gran Sinfonía Nº3, “Renana”, de Schumann. Aunque Lalo también escribió un buen Concierto para violín, es la Sinfonía Española la que tocan los importantes violinistas del mundo, ya que se trata de una obra muy original: ante todo, una sinfonía con violín solista protagónico ya es una rareza; además tiene cinco movimientos en vez de tres (a veces se corta el intermezzo; por suerte ello no ocurrió esta vez); y Lalo tenía ascendencia española, de modo que la música le fluyó con espontaneidad y sostenida inspiración. Tiene el defecto de una orquestación demasiado maciza pero se compensa con ideas tan personales como el comienzo imitativo del último movimiento. Mintz ha visitado con frecuencia nuestra ciudad, donde es muy admirado, pero el peso de los cincuenta años de carrera se está sintiendo, y si bien su técnica y comprensión de la música se mantienen, hay una molesta aspereza en el ataque que antes no estaba. Su fuera de programa fue muy arduo y lo resolvió bien: el Recitativo y Scherzo-Capricho de Kreisler, su única obra para violín solo. En esta primera parte Talmi no se lució; desajustes en Borodin y sonido muy cargado en Lalo. Pero la sinfonía schumanniana, también en insólitos cinco movimientos y sin duda la más meditada y profunda que escribió, fue dirigida con adecuado estilo y control, y aquí sí la Sinfónica sonó bien integrada y con escasos deslices.
El 19 de Octubre la Filarmónica vino con Diemecke a realizar un programa breve de música de Estados Unidos con una novedad interesante: el Concierto para corno inglés de Vincent Persichetti, muy bien tocado por Michelle De Wong, que está nombrada en el cargo de ese instrumento en la Filarmónica. Obra de excelente factura, en tres movimientos, es buen ejemplo del talento de ese compositor que además escribió valiosos libros teóricos y siempre se mantuvo en un modernismo moderado e informado. La orquesta reducida acompaña sin tapar, y Diemecke colaboró con todo cuidado. Antes se había escuchado en arreglo orquestal una de las mejores marchas de John Philip Sousa, “Washington Post”; si bien la prefiero por banda sinfónica, igual sonó muy bien. Luego de Persichetti, sólo el “Hoe-down” (vigorosa danza) de ese ballet tan enérgico de Copland, “Rodeo”; lástima que no hizo la suite completa; no sé quién tuvo la idea de la brevedad, que parece una nueva tendencia: si se hace el largo trámite para acudir a un lugar trasmano como el ex Correo, que valga la pena el esfuerzo. Con el maravilloso “Un Americano en París” de Gershwin, tanto el director como la orquesta llegaron a un nivel superlativo: qué inmensa variedad en este poema sinfónico, qué ideas originales e inspiradas, qué orquestación. Y qué swing.
Por último, la Sinfónica fue dirigida por Günther Neuhold el 10 de Noviembre y acompañó al famoso violoncelista Mischa Maisky en dos obras que probablemente estudió con sus dos grandes maestros: Piatigorsky y Rostropovich. La primera, pese a contar con bastante numerosas grabaciones de alto rango, no recuerdo haberla oído en vivo: el bello “Adagio con variaciones” de Respighi, música elegante y sabia, neoclásica, que el solista tocó con su característica manera: atrayente sonido en las melodías y arrebato comunicativo en los pasajes rápidos. Maisky ha venido poco a nuestra ciudad en su extensa carrera (cinco décadas) pero es muy conocido, quizá por haber colaborado con Argerich frecuentemente. Su larga cabellera blanca y manera “gitana” atraen a los jóvenes. En el brillante y difícil Primer concierto de Saint-Saëns mantuvo el mismo estilo que en Respighi, si bien a veces lo tapó la orquesta, pero creo que fue por la acústica, ya que Maisky tocó muy inclinado a la derecha y yo estaba en centro izquierda (así es la Ballena). En sus agregados se escuchó un Bach no historicista pero sin duda atrayente en la interpretación de Maisky: noble en la Sarabanda de la Suite Nº5 y muy bien articulado en el Preludio de la Primera suite.
Neuhold había acompañado con soltura al violoncelista; confirmando su calidad de director nos dio un Shostakovich admirable después del intervalo: esa Sexta sinfonía con un movimiento inicial, Largo, que tiene espíritu de tragedia, para luego ir de la ironía del Allegro a la desenfadada farsa del Presto final, una abierta burla al stalinismo. Con una Sinfónica que le respondió en todo momento (lo aprecian mucho y con razón; Neuhold les ha sido fiel a través de varias temporadas y este año puso el hombro a pesar de ser maltratado por el Ministerio: él era la figura principal de la gira a China y Corea del Sur) se tuvo una versión auténtica del gran sinfonista. Me pregunto si con las grandes figuras que son Mintz y Maisky el Ministerio habrá comprendido que deben ser pagados en tiempo y forma; si no lo son será más que dudoso que en 2018 la Sinfónica pueda contar con solistas de trascendencia.
FACULTAD DE DERECHO
El 28 de octubre, dentro de la habitual serie de Grandes conciertos en el Aula Magna, se escuchó la Camerata Internacional dirigida por Lucio Bruno-Videla. En verdad este conjunto de cuerdas es muy pequeño (sólo nueve ejecutantes en este concierto) y creo necesitaría mayor respaldo económico para llegar a un número más razonable (unos quince). Tiene el auspicio de ViennArt y de la embajada de Austria e incluye (creo) dos artistas extranjeras. Como se sabe, Bruno-Videla tiene un especial interés en desenterrar repertorio argentino olvidado. En este caso, presentó la Suite Árabe, Op.2, del italiano nacionalizado argentino Pascual de Rogatis, conocido por sus Danzas de “Huemac” (todo lo que queda de su ópera homónima). La Suite fue reconstituida por Bruno-Videla a partir de los manuscritos en el marco del Instituto de Investigación en Etnomusicología (Dgeart.GCBA). Sus tres gratas y bien escritas partes son (traducidas al castellano del francés): “La soledad”, “El oasis” y “Danza árabe”.
Lo siguiente fue un experimento que me gustó a medias: “Urqhuy” (estreno) de Pablo Viltes, para aerófonos andinos y orquesta de arcos (cuerdas). Participó el grupo De Tanto Lejos (cinco integrantes) y fue el resultado de investigaciones etnomusicológicas en el instituto antes mencionado. Durante los primeros 8 minutos de los 19 de duración sólo se vio y escuchó a los aerófonos tocando instrumentos del NOA indígena, primero en los pasillos y luego delante de la Camerata, que recién se unió en el noveno minuto; allí se intentó la fusión, que a mi gusto no funcionó. La música fue del ppp al fff para luego descender hasta la extinción, agregando voces ululando. Una cosa es algunas obras de Ginastera o de Esteban Benzecry que logran evocar etnias americanas con todos los recursos de la música académica y otra este intento de superponer los dos mundos. Me quedo con las recopilaciones de Leda Valladares.
Siguieron Dos tangos, Op.16, de Piazzolla, escritos en 1951, todavía poco característicos de su estilo: Coral y Canyengue. Y finalmente, una amplia Rapsodia Concertante, op.38, para violoncelo y cuerdas, estreno del propio Bruno-Videla, obra neoclásica bien escrita en tres movimientos que duran 23 minutos, donde pudo escucharse a la artista serbia Ana Topalovic, de límpida técnica. Hubo un extra, el simpático “Tanguango” de Juan Carlos Zorzi. La Camerata es de correcto nivel y Bruno-Videla dirige con asentada técnica.
Pablo Bardin